Posiblemente
una parte de nosotros admitirá que las emociones no son meritorias ni
pecaminosas, y que el sentirse frustrado, enfadado, tener miedo o encolerizarse
no hacen que una persona sea buena o mala. Sin embargo, otra parte de nosotros,
e incluso los que hemos admitido en teoría lo anterior, en la práctica cotidiana solemos censurar
nuestras emociones, y nos sentimos culpables además por ellas.
Nuestra conciencia censora no acepta determinadas emociones y las reprime, empujándolas al subconsciente, y aseguran los expertos en medicina psicosomática que la causa más frecuente de cansancio, e incluso de muchas enfermedades, es la represión de las emociones. Lo cierto es que hay muchas emociones que nos resistimos a reconocer y aceptar, las tememos o nos avergonzamos de ellas, y todo esto tiene una influencia negativa en nuestro modo de vivir nuestra condición de creyentes, es decir, en nuestra vida espiritual.
Nuestra conciencia censora no acepta determinadas emociones y las reprime, empujándolas al subconsciente, y aseguran los expertos en medicina psicosomática que la causa más frecuente de cansancio, e incluso de muchas enfermedades, es la represión de las emociones. Lo cierto es que hay muchas emociones que nos resistimos a reconocer y aceptar, las tememos o nos avergonzamos de ellas, y todo esto tiene una influencia negativa en nuestro modo de vivir nuestra condición de creyentes, es decir, en nuestra vida espiritual.
Es importante, por tanto, convencernos, en primer lugar, de que las emociones no son una realidad moral, sino simplemente fáctica. Es decir, mis iras, mis miedos, mis envidias, mis deseos sexuales, mis temores, etc, no me hacen una mejor o peor persona. Eso sí, esas reacciones emocionales han de ser integradas mental y afectivamente, pero antes de eso, antes de integrarlas y decidir si deseo o no seguirlas, debo permitirles manifestarse y escuchar atentamente lo que me están diciendo. Y debo ser capaz de decir, de aceptar, sin el más mínimo sentido de represión moral, que estoy enfadado, airado, e incluso sexualmente excitado.
Para poder hacer esto, debo antes estar convencido de que las emociones no entran en el terreno de la moral, no son ni buenas ni malas en sí mismas. Y también debo estar convencido de que la experiencia de toda la amplia gama de emociones forma parte de la condición humana y es patrimonio de todo ser humano.
Ahora, pasamos a un segundo momento: el
reconocer y aceptar plenamente nuestras
emociones no implica en modo alguno que debamos siempre obrar de acuerdo con
ellas. Cuando una persona permite que sus sentimientos o emociones controlen su
vida manifiesta, por supuesto, inmadurez; una cosa es sentir y reconocer ante
uno mismo y ante los demás que uno tiene miedo, y otra cosa sería permitir que
ese miedo le venza a uno. Una cosa es que yo sienta y reconozca que estoy
enfadado, y otra cosa es que le aplaste a alguien la nariz de un golpe.
En las personas integradas las emociones ni están reprimidas ni ejercen el control. Sencillamente son reconocidas (es decir, sé lo que siento) e integradas (¿Deseo obrar de acuerdo con este sentimiento o emoción, o no?).
A pesar de lo dicho anteriormente, no hay que
pensar que las pautas emocionales son puramente biológicas o inevitables. Yo
puedo cambiar, y cambiaré, mis pautas emocionales (es decir, pasaré de
una emoción a otra), si honradamente he dejado aflorar mis emociones, y tras
haberlas explicitado sinceramente, las considero inmaduras o indeseables. La dinámica es esta: permitimos que nuestras
emociones afloren para que puedan ser identificadas; observamos las pautas de
nuestras reacciones emocionales, las explicitamos y las juzgamos. Una vez hecho
todo esto, de un modo instintivo e inmediato hacemos las modificaciones
necesarias a la luz de nuestros propios ideales y expectativas de crecimiento.
Es decir, cambiamos. Cualquiera puede intentarlo y comprobarlo por sí mismo.
(Lo anterior está tomado, en su esencia, de JOHN POWELL (Las estaciones del corazón, Sal Terrae, 1999)
(Lo anterior está tomado, en su esencia, de JOHN POWELL (Las estaciones del corazón, Sal Terrae, 1999)
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