miércoles, 24 de octubre de 2018

PSICOLOGÍA Y VIDA ESPIRITUAL, o como puedan estas dos realidades ayudarse mutuamente.

1. La psiquiatría y la psicología, tal y como las conocemos hoy, son ciencias muy recientes, y la llamada psicología pastoral también. Es decir que el vincular los conocimientos que tenemos en el campo del cerebro y la conducta humanas son recientes también, y lo mismo su vínculo con la práctica religiosa y la espiritualidad. Este vínculo, psicología y religión, despertó recelos en principio, y aun hoy tiene sus detractores, pero importantes maestros espirituales contemporáneos han trabajado la espiritualidad y vivencias cristianas desde esta perspectiva, con resultados, creo yo, bastante satisfactorios, porque contribuyen a una vivencia más sana de la religión. Parafraseando un texto de teología que busca superar los actuales conflictos de la Iglesia con las denuncias de abusos sexuales por parte de clérigos o consagrados, se trata de conseguir “personas sanas en una relación sana con un Dios sano”. Cualquier problema en uno de estos tres elementos va a repercutir en los otros dos, y provocar patologías, psicológicas o espirituales, que necesariamente habría que atender para conseguir una experiencia realmente “salvadora y redentora” en religión. 

2. Si miramos en la historia de la espiritualidad cristiana, algunos aspectos fundamentales de la psicología contemporánea están bien presentes en las tradiciones que la Iglesia atesora, como es el caso de los antiguos monjes del desierto, y sus enseñanzas acerca de la purificación y maduración de la persona, e incluso en los presupuestos de la filosofía más antigua. El principio socrático: “conócete a ti mismo”, es asumido, por poner el ejemplo más cercano a nosotros, por Santa Teresa, que lo coloca en la meta de salida de su obra más madura y abarcadora, Las Moradas o Castillo Interior. Ella pone en su primera morada, dividida en dos capítulos, los fundamentos sobre los que edificar la vida espiritual: la grandeza de Dios, la hermosura y dignidad de la persona humana, la necesidad del conocimiento propio, el buscar dentro de uno mismo la presencia divina, y la fragilidad y posibilidad de errar, de ser infieles a nuestra vocación original. De todo esto podría hablarnos hoy la psicología, tal vez con otras palabras o desde diferentes conceptos, pero al fin y al cabo diciendo más o menos lo mismo. 

3. Todos estos elementos han de estar presentes en una vivencia cristiana sana, y son también aspectos importantes de la psiquis humana sobre los que trabaja la psicología, por lo que resulta muy útil que aprendamos a vincularlos, de modo que no confundamos un problema psicológico con un problema espiritual, y viceversa, y que ambos conocimientos puedan colaborar para que la persona tenga una vivencia más plena y sana en todos los sentidos. 

4. Les hablaba antes de varios autores contemporáneos de espiritualidad que pueden ayudarnos a equilibrar nuestras emociones o pasiones, nuestras tendencias, y contribuir a una vida espiritual más plena. Les cito algunos: Anthony de Mello, Henri Nouwen, Anselm Grün, John Powell… y en el campo contrario también hay muchos, los libros de autoayuda, pero pongo un ejemplo: Wayne Dyer, y psicólogos de la talla de W. James, Allport, Freud, Jung, Erich From…. Todos ellos han hecho importantes aportes a la comprensión del hecho y la experiencia de la religión en los seres humanos y en la comunidad. 

5. Creo que es valioso e importante que tengamos la posibilidad de conocer mejor y confrontar nuestras emociones y sentimientos en cursos como este, porque sucede que a menudo confundimos nuestras vivencias, carencias y trastornos psicológicos con problemas espirituales, y no tenemos en cuenta que la gracia construye siempre sobre la naturaleza; la espiritualidad puede contribuir a sanar nuestra psiquis, e insisto, contribuir, pero es bueno no dejar todo en manos de Dios si podemos auxiliarnos de una ciencia, de un camino de sanación, que nos permita mejorar, fortalecer, y sanar nuestra relación con Dios. 

6. Teniendo presente lo que antes dije respecto a los temas que Teresa propone como fundamentos del camino interior, podemos preguntarnos ahora: ¿Qué imagen tengo de Dios? ¿Cómo es el Dios de mi fe, el que acompaña mi vida diaria, al que rezo? ¿Qué idea tengo de la persona humana, de su lugar en la creación y su relación con lo que le rodea? ¿Soy capaz de diferenciar lo ontológico de lo moral, es decir, el Ser del Hacer? ¿Puedo distinguir el error, del pecado? ¿Puedo distinguir lo que distingue el “soy pecador” (a causa del llamado pecado original) de un pecado concreto? ¿Puedo distinguir el rezar vocalmente, rezar oraciones, de la oración mental, la meditación, el recogimiento interior, que pueden llegar a ser importantes caminos de sanación de nuestro interior? ¿Valoro el silencio, los momentos de soledad, el amor por la cultura, el arte, como aspectos importantes que enriquecen y diversifican mi vida humana y cristiana? Todo lo anterior, y el modo en que lo asumo, tienen efectos sobre mi psiquis y mi vida cristiana, ya sea positiva o negativamente. 

7. Pienso, desde los interrogantes anteriores: que las emociones son pre/morales, y son necesarias, juegan un papel en la vida de la persona; además, que es muy importante y sanador el conocerse mejor uno mismo, sus acciones y reacciones, y ayudar a sanarlas, para ponerlas al servicio de una vida comprometida con el Evangelio/Que cierto ideal estoico se infiltró en la espiritualidad cristiana, preconizando la “apatía” o falta de sentimientos, como modelo de una vida perfecta a nivel espiritual/Hacer de la oración personal un espacio de diálogo íntimo con Dios, en el que la escucha sea un elemento fundamental/Formarse humana y espiritualmente, para que nuestra visión religiosa se dilate, se amplíe. 

8. Pienso también que: No toda equivocación o error cometido es pecado/El arrepentimiento y la culpa no son lo mismo, ni tienen el mismo efecto; Dios no quiere que nos sintamos culpables/Dios no es un juez implacable, sino un padre amoroso/El miedo no es espiritual, no es de Dios/Necesitamos alimentar la CONFIANZA, pues eso es básicamente la fe, y la confianza en Dios implica necesariamente confianza en la vida, en la realidad en la que esta transcurre

9. Una persona espiritual no es necesariamente, y no suele serlo, una persona totalmente sana a nivel psicológico. Solemos confundir la llamada a la santidad, con la perfección moral, lo cual provoca no pocos traumas psicológicos en las personas. El ser humano no es perfecto, pero puede aspirar a ser mejor cada día, a superarse constantemente a sí mismo, o con palabras de Francisco, a conseguir lo posible, y pedir lo imposible. Los santos canonizados, que la Iglesia propone como modelos e inspiración de los fieles, han sido personas normales, con limitaciones humanas, psicológicas e incluso morales. En el Carmelo, A Teresa se le utilizó en cierta época como modelo de una conducta histérica; Juan de la Cruz, por sus descripciones de la “noche oscura” se le presenta con una personalidad tendiente a la depresión (Depresión y mística, de Javier Álvarez) y Teresita tuvo en su infancia episodios neuróticos evidentes. De otros santos se cuentas historias parecidas: malos humores, depresiones, iras, tristezas, alegrías desmesuradas, incluso violencias… Pero todo eso no necesariamente contradice su santidad, sino que de esas luchas y búsquedas personales surge una personalidad concreta y una concreta actitud ante la vida. 

10. Cuando la experiencia religiosa prende en una estructura personal o social deteriorada en sus raíces, puede contribuir a sanarlos, si se maneja adecuadamente, pero también se corre el riesgo de convertirse la religión en una propulsora de ese mismo deterioro, potenciando en su seno el empobrecimiento personal, el infantilismo regresivo o incluso la destrucción o la violencia. Se habla de Fanáticos Vs Profetas; de Alumbrados Vs Místicos; de Sacrificadores Vs Oferentes. Los primeros ilustran el lado oscuro de la religión, utilizada como máscara de instintos e impulsos inconfesables. Por otro lado, la religión puede convertirse en aliada poderosa de la expansión y plenitud humanas; la religión puede influir en las esferas afectiva, cognitiva y ética, y hacerlo según las oposiciones que decíamos antes, de manera positiva o de manera negativa. Este es un tema muy rico e interesante, pero no creo que podamos desarrollarlo del todo en este espacio. 

11. Otro ejemplo de simbiosis entre psicología y espiritualidad podríamos encontrarlo en una propuesta de A. Grün; él habla de entender y vivir la fe como nueva perspectiva, o manera diferente de ver la realidad e interpretarla. De aquí brota entonces una nueva conducta y sentimiento vital. Tres momentos para desglosar esta idea: 1. CREER (ver con empatía/reinterpretar), 2. AMAR (aceptar con gusto/transformar), 3. ALABAR (elogiar/renombrar). La fe implica mirar la realidad con ojos amorosos, confiar en ella; veo el mundo con buenos ojos y estructura fundamental del mensaje cristiano. La reinterpreto, reconociendo la bondad de Dios presente en él. Luego, si considero que una cosa es buena y amable, entonces la acojo con gusto, la hago parte de mí, le doy un “nombre nuevo”. El amor deriva de la fe, y hay un vínculo entre creer, amar y alabar, que es para este autor la estructura fundamental del mensaje cristiano. La fe nos introduce en una nueva vida, que brota de una nueva mirada, y el amor es la nueva conducta, así como la alabanza expresa un nuevo sentimiento existencial. 

12. He querido presentar estos dos ejemplos como modelos de lo que puede aportar la psicología, el conocimiento y comprensión de la conducta humana, sentimientos y emociones, a una espiritualidad que, sin renunciar a sus raíces originales (la Escritura, la Tradición), puede enriquecerse y enriquecer, sanar y transformar al creyente con las armas del conocimiento que aportan la psiquiatría y la psicología al conocimiento el ser humano.

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