sábado, 28 de septiembre de 2019

LÁZARO SIGUE SENTADO A NUESTRA PUERTA...

Este domingo leemos en nuestras celebraciones eucarísticas la conocida parábola de San Lucas que comienza diciendo: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y banqueteaba todos los días espléndidamente. Un pobre llamado Lázaro estaba echado en el portal, cubierto de llagas;habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico; por el contrario, incluso se le acercaban los perros para lamer las llagas." Tanta fuerza ha tenido la imagen de este pobre hombre llamado Lázaro que para mucha gente es tan o más real que el otro Lázaro, resucitado por Jesús y luego, según la tradición, obispo o líder de una comunidad cristiana. 

Esta parábola, con la del "buen samaritano" y la del "juicio universal", constituye  una denuncia de lo que el Evangelio considera el mayor mal: la indiferencia, justo lo opuesto a la compasión, que ocupa un lugar central en el mensaje de Jesús. 


"Los Lázaro,
los hijos de la calle,
los parias de siempre,
los sin techo,
los sin trabajo,
los desarraigados,
los apátridas,
los sin papeles,
los mendigos,
los pelagatos,
los andrajosos,
los pobres de solemnidad,
los llenos de llagas,
los sin derechos,
los espaldas mojadas,
los estómagos vacíos,
los que no cuentan,
los marginados,
los fracasados,
los santos inocentes,
los dueños de nada,
los perdedores,
los que no tienen nombre,
los nadie...
Los lázaros,
que no son aunque sean,
que no leen sino deletrean,
que no hablan idiomas sino dialectos,
que no cantan sino que desentonan,
que no profesan religiones sino supersticiones,
que no tienen lírica sino tragedia,
que no acumulan capital sino deudas,
que no hacen arte sino artesanía,
que no practican cultura sino costumbrismo,
que no llegan a ser jugadores sino espectadores,
que no son reconocidos ciudadanos sino extranjeros,
que no llegan a protagonistas sino a figurantes,
que no pisan alfombras sino tierra,
que no logran créditos sino desahucios,
que no innovan sino que reciclan,
que no suben a yates sino a pateras,
que no son profesionales sino peones,
que no llegan a la universidad sino a la enseñanza elemental,
que no se sientan a la mesa sino en el suelo,
que no reciben medicinas sino lamidas de perros,
que no se quejan sino que se resignan,
que no tienen nombre sino número,
que no son seres humanos sino recursos humanos...
Los lázaros,
los que se avergüenzan y nos avergüenzan,
pueblan nuestra historia,
fueron tus predilectos
y están muy presentes en tu evangelio.
Los lázaros
pertenecen a nuestra familia
aunque no aparezcan en la fotografía,
y serán ellos quienes nos devuelvan la identidad
y la dignidad perdidas." (Florentino Uribari)

 Los varios comentarios que he revisado esta vez coinciden en afirmar que no se trata de confrontar la realidad de la vida presente con lo que pasará después de la muerte (que acaba posponiendo la justicia en el "más allá"), sino de dos maneras de vivir el presente. 

Ese abismo que separa a Lázaro del hombre rico es la INDIFERENCIA ante el sufrimiento de los demás; Lázaro estaba a la puerta del rico, y este no lo veía. No se dice que el rico fuera mala persona, pues llama padre a Abrahán y este a su vez le llama hijo. Las riquezas, la acumulación de bienes materiales, pueden hacer pensar a las personas que están por encima de los demás, y así pueden dejar de ver a los otros como semejantes en dignidad y derechos. La parábola es una llamada de atención: crucemos ahora ese pequeña distancia que nos separa del pobre, y no dejemos que se convierta en un abismo. 

Lázaro yacía a las puertas del rico, pero él no lo veía, y surge la pregunta: ¿Por qué?... Se ha dicho que educar es enseñar a ver, y este hombre rico no veía bien, hasta que la situación cambió, y entonces sí vio... "Cuesta mucho aprender a ver... Ser cristiano es aprender a ver al modo de Jesús". Ese mismo Jesús que, siendo rico, se hizo pobre, y nos vio, a todos, a nosotros, a cada Lázaro de este mundo.

Pero el evangelista sabe también de la dureza del corazón humano, por eso insiste tanto en el tema; sabe que "ni aunque resucite un muerto" el corazón se ablandará para ver en los otros verdaderos hermanos. Por eso la Palabra proclamada una y otra vez nos invita a la VERDADERA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN. Dios no está "en lo alto", no basta con una vida de piedad y cumplimiento; es necesario salir a BUSCAR A DIOS EN EL POBRE

Fray Manuel de Jesús.

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