Encuentro tres oficios en los Evangelios, tres imágenes, para hablar del discipulado y del trabajo por el Reino: pescadores, pastores y sembradores. El movimiento de Jesús nació en Galilea, es rural y marginal, porque Galilea era para los judíos más observantes una zona de campesinos ignorantes de la ley. Fue allí donde Jesús comenzó su ministerio, donde llamó discípulos, donde pescó, sembró y cuidó; cada una de esas profesiones es un modelo de comportamiento, una manera de asumir el seguimiento, y de responder a la llamada interior que recibimos de Dios.
Pescar, sembrar y pastorear exigen disciplina y paciencia; saber encontrar el lugar justo, el más idóneo, y tener paciencia luego para esperar, confiando en que lo realizado produzca un fruto. El pescador observa e intuye el mejor lugar para su oficio, lanza la red o la caña, y espera con paciencia, confía en lo que hace, en lo que obra; y si demora, no se desalienta, puede cambiar de lugar, pero sabe que la paciencia rinde frutos. Lo mismo sucede con el sembrador: elige la tierra, la prepara, deposita la semilla, la riega, y luego espera; no recoge el fruto de su trabajo de inmediato. ¿Y el pastor? Pues lo mismo, porque ha de llevar a su rebaño a buenos pastos y sentarse luego, con paciencia, a que las ovejas se recreen y alimenten, pues de esa labor cotidiana recogerá al final los frutos. En los tres casos la disciplina es fundamental, y sin ella es imposible hacerlos, y la constancia, y el oficio, que dice con cierta certeza que lo que se hace tendrá resultado.
El pescar lo convierte Jesús en modelo del llamado vocacional: "Yo les haré pescadores de hombres". ¿Qué se necesita para ello? Amar el oficio, conocer lo que se busca; saber distinguir unos de otros, para no coger en la red lo que no vale, y esperar, dar tiempo, y luego recoger. En el pastorear, vemos el modelo del discípulo que guía y protege a una comunidad que le ha sido encomendada, y el Evangelio de Juan desarrolla ampliamente la imagen de "Jesús, Buen Pastor" para que en ella se miren los líderes de las comunidades, pero también cada uno de modo particular. Finalmente, el sembrador, y esa imagen se utiliza siempre vinculada a la semilla, a la Palabra, y así la escuchamos este domingo en nuestras celebraciones, por eso nos detenemos un poco más en ella.
"Salió el sembrador a sembrar...". Jesús propone una parábola, una de esas historias que, los que escuchan, comprenden muy bien; y aun así los discípulos quieren claridad, le interrogan (tal vez porque ya en ese momento las comunidades han cambiado y porque siguen siendo duros de mente y corazón para entender). Tres elementos en la historia: el que siembra, la semilla y la tierra. El sembrador es Dios, la semilla es su Palabra, y nosotros somos la tierra, buena o mala para recibirla y hacerla fructificar. En los dos primeros casos, la semilla no alcanza la tierra, y en los dos últimos sí; factores externos y factores internos obran para el resultado final.
Si la Palabra, la semilla, es Jesús, entonces nosotros también seremos sembradores si nos convertimos en Palabra de Dios; si llevamos con nosotros la semilla del Evangelio. En cada encuentro con otros iremos sembrando, y en muchos la semilla no encontrará acogida, en otros mucho entusiasmo pero poca perseverancia; pero siempre habrá tierra dispuesta a acoger lo que ofrecemos, y aparecerán los frutos en menor o mayor medida.
Creo que es importante recordar que la semilla que llevamos es Jesús, su Palabra, su Vida: no tenemos que sembrar religión, ni sumar partidarios a mi propio grupo o iglesia, sino sembrar Evangelio, y es el encuentro con Jesús (el mismo, ayer, hoy y siempre) el que nos hace practicar la verdadera religión, la que levanta, redime y libera. No pescamos hombres para sumar cifras, ni somos pastores para robar, controlar ni quitar libertades al rebaño, ni sembramos para nosotros mismos, sino para Dios y su Reino, y lo hacemos con la confianza puesta en Dios. Si lo hacemos así, crecerá la comunidad de Jesús, su Iglesia, y todas nuestras prácticas litúrgicas o devocionales, contribuirán a mantenerla para el mundo en que vivimos como sal, levadura y luz. No faltará la lluvia necesaria, ni faltarán los frutos, y lo que nos cueste de paciencia y disciplina, de trabajo y sufrimiento, no tendrá comparación "con la gloria que un día se nos descubrirá".
En resumen:
Dios no se cansa de llamar, de sembrar y cuidar, pero nos necesita como colaboradores de esta labor, que ha de ser confiada y paciente. No valen voluntarismos ni imposiciones o violencias; pide disciplina, y mucha compasión. Pescar, cuidar y sembrar son tres oficios espirituales que han de convertirse en caminos para un mundo diferente, para un mundo nuevo.
Fray Manuel de Jesús, ocd.
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