"Cayendo el alma en la cuenta..." (San Juan de la Cruz). En la vida humana hay momentos que sirven para tomar conciencia y caer en cuenta. En estos momentos nos restauramos, nos recreamos, incluso nos descubrimos. Son momentos significativos, además de festivos y celebrativos. Lo mismo ocurre o debe ocurrir en la vida cristiana; por supuesto que la primacía de la fe es vital para quien se reconozca como cristiano, entendiendo FE como apertura, conversión, proceso que es obra de Dios en primer lugar, pero también respuesta nuestra; como suele decirse, DON Y TAREA.
Precisamente porque la fe es conversión y es praxis, compromiso, exige que se profese en tales condiciones que el acto de creer sea manifestación o tránsito de Cristo a través de gestos humanos. No hay fe sin mediaciones de la fe. En determinados momentos estas mediaciones son sacramentales. La celebración es un lugar primordial donde se reconoce la fe; la fe se verifica en la praxis por supuesto, pero también en la celebración de los acontecimientos salvíficos, puesto que en ellos reconocemos el don máximo que Dios nos ha hecho, a Jesucristo.
La celebración y la praxis no son, sin embargo, dos modos diferentes de expresar o verificare la fe, sino dos caras complementarias de un único obrar humano y cristiano. La fe vivida es una exigencia de la fe celebrada y la fe celebrada una fuente gratuita de la fe vivida. Por ello es tan importante en nuestras reflexiones teológicas, en las devociones y la vida espiritual, conectar adecuadamente ambas realidades: celebración, sacramentos, devociones, han de ir siempre conectadas y en función de la vida concreta y cotidiana de los creyentes. Lo contrario es fuente de alienación y no manifestación del Dios que quiso hacerse carne y caminar con nosotros.
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"Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien...". El amor a Dios produce en el creyente un optimismo inverosímil y aparentemente ingenuo. Sin embargo, la visión optimista del que ama a Dios no deja de percibir lo malo, sino que lo ve en función de un proyecto total de salvación. Por eso la fe y el amor cristianos son unos poderosos estimulantes del proceso de maduración y liberación humanos.
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El que hace suyo el mandamiento del amor y acoge a todo ser humano como a un hermano ha descubierto el tesoro escondido del Reino de los cielos. Y el que tiene la sabiduría y el discernimiento que brotan del encuentro con el Evangelio sabe "vender todo lo que tiene" para poder entrar en comunión con Cristo.
Pero no con un Cristo exterior, sino interior, porque definitivamente "el Reino de Dios está dentro de nosotros"; el Tesoro que buscamos es fundamentalmente interior, y al encontrarlo dentro lo empezamos a reconocer también dentro del otro, del prójimo. Desde nosotros va contagiando de novedad el mundo en que vivimos, que también lleva dentro el tesoro, y necesita reconocerlo y manifestarlo.
Tres palabras que expresan la BUENA NUEVA que nos anuncian los textos bíblicos de este próximo domingo (XVII, A):
DISCERNIMIENTO-VISIÓN OPTIMISTA- TESORO ESCONDIDO
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