miércoles, 23 de diciembre de 2020

AHORA LLEGA NAVIDAD...

 

Durante las últimas semanas hemos venido haciendo el camino de ADVIENTO, que es camino de espera y de esperanza; en él nos enfrentamos con la realidad de nuestra vida y nuestro tiempo, y nos confrontamos con  nuestras necesidades y deseos insatisfechos, con nuestros anhelos, que desbordan la realidad de nuestra vida. También en Adviento, como contrapeso a lo anterior, oímos una vez más las promesas de Dios tal y como los profetas nos las han trasmitido, y nos dejamos arrastrar por esos sueños de Dios, que animan y potencian nuestras propias posibilidades,

Ahora llega NAVIDAD, en la que celebramos el nacimiento de Jesucristo en Belén; sin embargo, la fiesta no se conforma con el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que celebra nuestro propio nacimiento, nuestra propia vida. Los Padres de la Iglesia vieron que la Navidad era nuestra propia fiesta, la fiesta de nuestra salvación, porque el nacimiento de Cristo tiene un efecto sobre nosotros, nos diviniza, y por eso al celebrar la Navidad, celebramos la fiesta de nuestro propio comienzo, de la vida nueva que nos trajo Cristo. 

 Todos los anhelos quedan en Cristo cumplidos, porque todos ellos tienden, en último término, a la plenitud y divinización del ser humano; al celebrar esta fiesta despierta en nosotros la conciencia de que hay vida divina en cada uno. De no ser así, nos quedaríamos en lo exterior y más visible: nuestros trabajos, éxitos y fracasos, nuestra convivencia, alegrías y dolores cotidianos. Pasaríamos por alto que Dios mismo también está en nosotros

 

Todos los símbolos de la Navidad, litúrgicos y familiares, nos ayudan a creer que Dios a venido al mundo y en el mundo se ha quedado, y por eso podemos confiar en que algo en el mundo ha cambiado con Cristo, y que podemos ya sentirnos en casa, y admitir siempre nuevas posibilidades de amor, ternura, sentimiento; aceptar nuestro niño interior, e integrar la imagen de Dios en nosotros.

 En lo más hondo de nosotros está Dios, siempre niño, siempre naciendo, siempre nuevo, y entonces ocurre algo importante. Nosotros somos el pesebre, el establo, en el que Dios quiere nacer; no es algo que merezcamos o que ganemos a fuerza de penitencia, sacrificio u oración. Es un regalo de Dios. No necesitamos esconderle nada, pero sí creer; porque entonces el pesebre se convierte en un castillo hermoso de cristal y diamante en el que Dios se recrea. 

 A menudo nos sentimos lejos de Dios (que no estamos en realidad), por eso necesitamos una fiesta como Navidad para volver a recordar cosas esenciales, para la fe y para la vida: DIOS ESTÁ EN NOSOTROS, y es nuestra parte más pobre y humilde, representada en los pastores y animales del pesebre, la que debe y puede reconocerlo y adorarlo, de manera que se despierten en nosotros nuevas fuerzas, y perduren la alegría y la paz en nuestras vidas. Que la estrella, esa luz interior que es su presencia permanente, siga alumbrando en lo más hondo y nos guíe siempre hacia una vida plena.

Fray Manuel de Jesús, ocd

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