No está el mundo acostumbrado a que un hombre entregue su vida en favor de los demás, A lo que sí estamos acostumbrados es a que unos hombres quiten la vida a otros. No se trata sólo de que recordemos los homicidios, en los que se repite el drama de Caín y Abel. Hay muchas formas de que los hombres arrebaten violentamente la vida a sus semejantes. La humanidad se ha habituado a las guerras, al hambre, a las torturas, a las opresiones, a la explotación sin tregua. Pueblos enteros son exterminados. Los hombres llevamos las manos manchadas de sangre; hay una sed insaciable de sofocar la vida de los otros.
Pero también hay gente buena en el mundo . Pocos o muchos, pero pesan en la balanza más que todos los que viven del odio y siembran la muerte. Conocemos las historias de los que viven preocupados por el bien de los demás, exponen su vida y hasta llegan a perderla si es preciso por la misma causa. Hay mujeres y hombres que se despojan, que son solidarios, que cargan con el peso de otros, con el dolor de los oprimidos, hasta perder ante la sociedad el trabajo, la libertad, los derechos, el llevar una vida normal.
Nosotros hemos venido preparando a lo largo de toda la Cuaresma, con obras de penitencia y caridad, las celebraciones de esta semana grande. Con el Domingo de Ramos inauguramos, junto con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la pasión y resurrección de Jesucristo; misterios que empezaron con la entrada solemne del Señor en Jerusalén.
Que la celebración gozosa de estos misterios anime y sostenga nuestra fe, para que renovados espiritualmente con los hechos que actualizamos, experimentemos ya desde ahora los gozos y frutos de la Resurrección.
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