La condición itinerante del ser humano está muy marcada en el mundo actual: los medios de comunicación han potenciado el turismo, lo cual favorece un mayor acercamiento entre los diversos pueblos, el intercambio de culturas, y una mayor posibilidad de comprensión, diálogo y enriquecimiento mutuos. El camino andado con espíritu observador es una escuela perenne. En el camino surge la noticia de lo que pasa; mientras se va andando, hay tiempo para pensar, e interpretar y meditar lo que se escucha o se ve.
En un camino normal, el que conduce a un pueblo llamado Emaús, Jesús se hace presente, comenta la noticia, interpreta lo ocurrido en Jerusalén, se abre a la íntimidad de los dos caminantes, llega a entrar en la casa con ellos y comparte su mesa. Todo eso les ayuda a renacer en la fe. El Resucitado también se hace presente en el trabajo que, con espíritu de solidaridad, realizan sus discípulos.
El Señor está en el camino de la historia humana para ayudarnos a hacer de nuestros pasos una historia de salvación.
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Una evangelización que no señala con el dedo las lacras morales de los individuos y de la sociedad, sus estructuras pecaminosas e insolidarias, es un escamoteo de la Palabra de Dios.
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Los relatos evangélicos sobre las apariciones de Jesús resucitado están lejos del "milagrismo". El triunfo de Jesús sobre la muerte no suprime mágicamente la marcha fatigosa de la humanidad en busca de su liberación histórica y de su salvación final. Según el proyecto primitivo de Dios, "era necesario que el mesías padeciera antes de entrar en su gloria".
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Ser cristiano no se mide únicamente por el canon rígido de una ortodoxia meramente formal. No basta la confesión verbal de la fe; es necesaria la praxis de la fe, y para ello urge cumplir ya las grandes palabras de Cristo: Velen, y amen al prójimo.
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La fe cristiana, centrada en la resurrección, es profundamente realista. Los hombres tienden a clasificar como fantasmas los contenidos de su fe. Jesús, aun después de resucitado, sigue siendo un ser humano. No hay que confundir pues la mística con un histerismo pseudoreligioso.
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Cristo es el centro del universo. Por eso es inútil cultivar una espiritualidad llamada cristiana de espaldas a ese universo que lo aclama. Al aclamar a Cristo, no podemos desoír las aclamaciones del resto de las criaturas.
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El triunfalismo y la suntuosidad son el cáncer de la Iglesia.
(Notas tomadas del MISAL DE LA COMUNIDAD)
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