sábado, 30 de noviembre de 2019

PROFETAS DE SU TIEMPO

Los profetas son los que toman la vida como es y la expanden. Simplemente, se niegan a encoger una visión del mañana para que  encajara en los límites del ayer.

Los profetas –todos ellos–, cuando llegaron al cruce de caminos, cuando llegaron a una oportunidad de asentarse allí, de dejarlo, de aceptar lo que había, eligieron, en cambio, seguir adelante.

A pesar de todo, si no con una sensación de éxito total e inmediato, sí como sirenas en la noche, como sembradores de semillas arrojadas lejos, como agitadores eternos en el alma de la nación, como antorchas en la turbiedad de la confusión, eligieron seguir adelante, iluminando para los demás la eterna Palabra de Dios siglo tras siglo.

Eligieron seguir gritando el mensaje en el que se basaba el futuro y del que dependía la gente para encontrar el camino de salida de la oscuridad a la que la había condenado un liderazgo fracasado.

Esas personas proféticas –personas exactamente como nosotros: sencillas y sinceras, animosas e inspiradas–, esos cultivadores de fruta como Amós y pequeños negociantes como Oseas, esos sacerdotes y pastores, esos teólogos y escritores y soñadores como Isaías y Ezequiel, esos amantes atormentados y testigos sufrientes no hicieron, ciertamente, elecciones pequeñas.

Eligieron el coraje; eligieron la expansión del alma; eligieron jugarse la vida por lo que debía haber, en vez de apostar su comodidad a lo que había.

¿Y qué les pasó por el hecho de importarles más estas cosas que la preservación del pasado?

Fueron exiliados, condenados públicamente, perseguidos, ridiculizados e ignorados. Eso es lo que pasó.

¿Y qué hicieron al respeto? Continuaron.

¿Y cómo pudo ser así? Fácil: estaban más comprometidos con la Palabra de Dios que con la aprobación de aquellos que se decían guardianes de la Palabra de Dios pero traicionaban su sentido.

Estaban más comprometidos con el compromiso que con la aprobación social. Estaban más entregados a la fe en Dios que a la fidelidad al sistema. Estaban más llenos de esperanza en el futuro que de miedo al dolor del presente. Estaban más comprometidos con la Palabra de Dios que con el temor de los que hablaban por la institución pero decían hablar por Dios.

Estaban más comprometidos con las cuestiones nuevas que con las cuestiones viejas. Eran gente de su tiempo. Y preferían quedarse solos con Dios solo.

Su fe iba más allá de la teología institucional, hasta el Dios cuya voluntad para con la institución era que no solo preservara la palabra sino que la viviera.

Vivían muy en el presente por un futuro que sabían que no sería el suyo. Y nos llaman a hacer lo mismo.



JOAN CHITTISTER
–Call to Action, discurso de apertura, 7 de noviembre de 2010

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