viernes, 24 de octubre de 2025

VOLVER AL EVANGELIO: UNA CONVERSIÓN NECESARIA

Hay momentos en que la fe necesita volver a su fuente. No para repetir lo de siempre, sino para recuperar lo esencial. Jesús no vino a fundar una religión complicada, ni a establecer un sistema moral. Vino a abrir camino. A mostrar el rostro del Padre. A enseñarnos a vivir desde el amor, la compasión, la verdad.

Pero a veces, nuestra religión se ha convertido en otra cosa. En estructuras que pesan, en tradiciones que ya no liberan, en discursos que juzgan más que acompañan. Seguimos hablando de Dios, pero nos cuesta volver a Jesús. A su humanidad, a su cercanía, a su forma de mirar y tocar.

José Antonio Pagola lo dice con fuerza: “Conversión es volver a Jesús.” Y volver a Jesús es volver al Evangelio. No como un texto antiguo, sino como una llamada viva. Como una forma de estar en el mundo. Como una manera de mirar, de escuchar, de caminar.

Este blog quiere ser eso: un espacio para volver. Para repensar la liturgia, el ministerio, la comunidad… desde Jesús. Para recuperar su lugar en medio. Para que no se nos pierda el camino.


1. Cuando Cristo deja de ser camino

 Recuperar la centralidad de Jesús como mediador, camino, verdad y vida. En muchas prácticas religiosas, la figura de Cristo ha sido desplazada. Se habla de Dios, de Iglesia, de espiritualidad… pero Jesús ya no está en medio. Debemos volver a su humanidad concreta, como puente vivo entre Dios y nosotros. Sin Él, la fe se vuelve sistema, ideología, costumbre. Con Él, vuelve a ser camino.


2. El pueblo celebrante: recuperar la voz en la liturgia

 Superar la pasividad litúrgica y devolver protagonismo al pueblo como sujeto celebrante. La liturgia no es un espectáculo clerical ni una repetición ritual. Es el lugar donde el pueblo se encuentra con Dios, canta su historia, celebra su esperanza. Pero muchas veces, el pueblo ha sido silenciado, reducido a espectador.  Debemos recuperar su voz, su cuerpo, su capacidad de celebrar desde la vida, en comunión con Cristo.


3. El ministerio ordenado como mediación humilde

Revisar el ejercicio del ministerio desde el modelo de Cristo servidor.
¿Nuestros ministerios reflejan el estilo de Jesús o el de los sacerdotes del templo? ¿Son mediaciones humildes o estructuras de poder? Estamos invitados a mirar el ministerio desde el Evangelio: como servicio, como transparencia del Cristo que lava pies, que se entrega, que no se impone. Una llamada a purificar el ministerio desde su fuente.


4. La liturgia como lugar de comunión, no de ideología

Denunciar el uso ideológico de la liturgia y recuperar su sentido de encuentro. La liturgia no es trinchera ni plataforma. Es espacio de reconciliación, de comunión, de gracia compartida. Pero a veces se convierte en campo de batalla simbólico, en lugar de exclusión o imposición.  Estamos llamados a volver a la liturgia como casa abierta, como mesa compartida, como lugar donde Cristo reúne, no divide.

Conclusión: Volver al centro, volver a Jesús

Este itinerario no pretende ofrecer respuestas definitivas, sino abrir un camino de retorno. Retorno al Evangelio, a la figura viva de Jesús, al corazón de una fe que se ha ido complicando, institucionalizando, alejando de su fuente.

Cada reflexión —sobre Cristo como camino, el pueblo celebrante, el ministerio como mediación humilde, y la liturgia como comunión— nace de una misma inquietud: ¿hemos perdido el centro? ¿Seguimos llamándonos cristianos sin que Cristo esté verdaderamente en medio?

Volver a Jesús es volver a su humanidad concreta, a su forma de mirar, de tocar, de servir. Es dejar que su estilo cuestione nuestras prácticas, nuestras estructuras, nuestras seguridades. Es permitir que el Evangelio nos purifique, nos descentre, nos vuelva a poner en camino.

No se trata de nostalgia ni de reforma superficial. Se trata de conversión. De volver al rostro que nos revela al Padre. De dejar que la fe recupere su sabor, su cuerpo, su verdad.

Que este itinerario sea una invitación a mirar de nuevo. A celebrar con el pueblo, a servir con humildad, a reunir sin ideología. Y sobre todo, a caminar con Jesús, que sigue siendo —si lo dejamos— camino, verdad y vida.

Fray Manuel de Jesús, ocd

martes, 21 de octubre de 2025

CUANDO LA COMUNIDAD REVELA A CRISTO


En una reflexión reciente hablábamos de los “sacramentos que no hacen comunidad”: celebraciones que, aunque válidas en forma, no logran generar vínculos, pertenencia ni transformación. Son signos que no comunican, gestos que no despiertan vida compartida. Esta inquietud nos lleva a mirar más hondo: ¿Qué sentido tienen los sacramentos si no brotan de una comunidad viva? ¿Y qué tipo de comunidad es la Iglesia, cuando se comprende como “sacramento universal de salvación”?

1. Más que institución: una comunidad que revela

Decir que la Iglesia es “sacramento universal de salvación” no es afirmar que sea perfecta, ni que tenga el monopolio de la gracia. Es reconocer que, en Cristo, esta comunidad humana ha sido llamada a ser signo e instrumento de la comunión con Dios y de la unidad de todo el género humano (Lumen Gentium 1). Es decir, la Iglesia no es solo la que administra sacramentos, sino la que está llamada a ser sacramento: a transparentar, encarnar y comunicar la salvación que Dios ofrece.

Esta visión nos invita a mirar la Iglesia no como estructura, sino como cuerpo vivo. No como poder, sino como mediación humilde. No como refugio cerrado, sino como espacio abierto donde Cristo se hace presente en lo humano, lo frágil, lo compartido.

2. Los sacramentos como expresiones de esa Iglesia sacramental

Cada sacramento que celebramos —bautismo, eucaristía, reconciliación, unción, matrimonio, orden, confirmación— no es un rito aislado, sino una expresión concreta de la Iglesia como comunidad que salva. No se trata de gestos mágicos, sino de signos que solo tienen sentido en el marco de una comunidad que vive, cree, espera y ama.

El bautismo nos incorpora a un cuerpo, no solo nos limpia de algo.
La eucaristía no solo alimenta, sino que construye comunión.

La reconciliación no es solo perdón individual, sino restauración de vínculos.

El matrimonio no es solo contrato, sino vocación compartida en la Iglesia.

El orden no es privilegio, sino servicio que hace visible la mediación de Cristo.

Cuando los sacramentos se celebran sin comunidad, se vacían. Cuando se viven como parte de una Iglesia que es sacramento, se convierten en caminos de salvación compartida.

3. Cristo presente en la comunidad

La presencia de Cristo no se limita al pan consagrado ni al ministro ordenado. Está en la comunidad reunida, en la escucha compartida, en el servicio mutuo, en la acogida del pobre, en la oración silenciosa, en la palabra que consuela. La Iglesia como sacramento es una comunidad que, en su vivir cotidiano, revela a Cristo.

Esto exige una conversión pastoral: dejar de pensar los sacramentos como “servicios religiosos” y empezar a vivirlos como encuentros con el Dios que salva en comunidad. No basta con “recibir” sacramentos: hay que dejarse transformar por ellos, en comunión con otros.

4. Implicaciones para nuestra pastoral

Formar comunidades vivas, no solo grupos de usuarios de sacramentos.
Celebrar con sentido, cuidando la participación, la palabra, el gesto, el canto, el silencio.
Acompañar procesos, no solo administrar ritos.
Recuperar el protagonismo del pueblo celebrante, donde cada miembro es parte activa del cuerpo.
Vivir la liturgia como lugar de comunión, no de ideología ni de control.

5. Una Iglesia que se deja transformar 

Ser “sacramento universal de salvación” no es un título, sino una vocación. Es dejar que Cristo se haga presente en lo que somos, en lo que compartimos, en lo que celebramos. Es permitir que la comunidad se convierta en signo visible de la gracia invisible. Es vivir la fe como camino compartido, donde cada sacramento es una puerta abierta a la comunión.

domingo, 19 de octubre de 2025

SACRAMENTOS SIN COMUNIDAD: UNA HERIDA QUE INTERPELA

En muchas celebraciones sacramentales, se percibe una fractura silenciosa: los sacramentos se viven como ritos sociales, desvinculados de la comunidad que debería acogerlos, sostenerlos y celebrarlos. Bautismos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios… se convierten en eventos puntuales, muchas veces organizados por costumbre o presión familiar, sin que medie un verdadero proceso de fe ni una inserción en la vida comunitaria.

Esta realidad no es nueva, pero sigue doliendo. Como agente pastoral, me cuestiona y me entristece. ¿Qué estamos celebrando cuando el sacramento no genera comunión, ni transforma la vida?

El sacramento como signo de comunión

La teología sacramental nos recuerda que los sacramentos son signos eficaces de la gracia, sí, pero también de la Iglesia como cuerpo vivo. No son actos privados ni logros individuales, sino momentos de inserción en el Misterio Pascual y en la comunidad creyente. El bautismo nos incorpora al Pueblo de Dios; la eucaristía nos une en la mesa del Señor; la confirmación fortalece nuestra misión compartida.

Celebrar un sacramento sin comunidad es como plantar una semilla en tierra seca: puede germinar, pero le faltará el entorno vital que la nutra.

La ruptura: sacramentos sin comunidad

Por diversas razones —tradiciones arraigadas, dinámicas sociales, falta de formación, clericalismo— hemos normalizado una práctica sacramental desconectada de la vida comunitaria. Algunos ejemplos:
Niños que hacen la primera comunión sin haber participado nunca en la eucaristía dominical.
Confirmaciones celebradas como requisito para “graduarse” de la catequesis, o para casarse, sin continuidad en la vida parroquial.
Matrimonios que se celebran en templos ajenos, sin vínculo con la comunidad que podría acompañar la vida conyugal.
Bautismos donde los padrinos no conocen ni practican la fe que se les pide transmitir.

Estas prácticas no son meramente deficientes: son síntomas de una herida eclesial. Nos hablan de una Iglesia que ha perdido el vínculo entre sacramento y camino, entre rito y comunidad.

¿Qué nos está diciendo esta herida?

Tal vez esta desconexión nos revela una crisis más profunda: la dificultad de vivir la fe como proceso, como pertenencia, como comunión. En una cultura marcada por el individualismo y el consumo, los sacramentos corren el riesgo de convertirse en “servicios religiosos” que se solicitan, se pagan, se cumplen… pero no se viven.

La liturgia, en este contexto, se convierte en espectáculo o trámite, y el ministerio ordenado en proveedor de ritos. Se pierde la dimensión celebrativa, comunitaria, transformadora.

Caminos de sanación

No basta con lamentarnos. Esta herida puede ser ocasión de conversión pastoral.
 
Algunas pistas:
Preparación sacramental vinculada a procesos comunitarios: que el catecumenado, la catequesis, el acompañamiento matrimonial o familiar estén integrados en la vida de la comunidad.
Acompañamiento post-sacramento: que el bautizado, el confirmado, el recién casado encuentren espacios donde seguir creciendo en la fe.
Liturgias que celebren la vida compartida: que la eucaristía dominical sea lugar de encuentro, no solo de cumplimiento.
Formación que ayude a entender el sacramento como camino: que se enseñe no solo el “qué” del rito, sino el “para qué” y el “con quién”.

Volver al corazón

Volver al corazón del sacramento es volver al corazón de la comunidad. Como en Emaús, el pan se parte en el camino compartido. Como en Pentecostés, el Espíritu se derrama sobre un grupo reunido en oración. Como en los Hechos, la comunidad “partía el pan con alegría y sencillez de corazón”.

Los sacramentos no son eventos aislados: son momentos de gracia que florecen en la tierra fecunda de la comunidad. Recuperar esa verdad es tarea urgente, humilde y esperanzadora.

Fray Manuel de Jesús, ocd

ORAR COMO QUIEN AMA Y SE DEJA AMAR (Domingo XXIX-C)

Si partimos de la definición teresiana de oración como “tratar de amistad con quien sabemos nos ama”, podemos leer las lecturas de este domingo como una pedagogía de esa amistad: una amistad que se sostiene en la lucha, se expresa en la insistencia, y se vive en comunidad.

1. La oración como trato de amistad (Santa Teresa)

Teresa no define la oración como técnica, ni como obligación, ni como fórmula. Para ella, orar es tratar de amistad, es decir, relación viva, diálogo confiado, presencia compartida. Pero no con cualquiera: con quien sabemos nos ama. La certeza del amor de Dios es el fundamento de toda oración auténtica.

Esta definición nos permite leer las lecturas de hoy no como instrucciones para orar, sino como escenas de amistad vivida.


2. Éxodo 17: Moisés ora como quien acompaña

Moisés no está solo. Ora por su pueblo, en medio de la batalla. Sus brazos levantados son gesto de intercesión, pero también de confianza en el Dios que camina con ellos. Cuando se cansa, no abandona: se deja sostener.

Aquí la oración es amistad que sostiene en la lucha. Moisés no busca controlar a Dios, sino permanecer en relación. Y esa relación se vuelve fuerza para el pueblo.

¿Cómo oramos cuando otros luchan? ¿Nos dejamos sostener cuando nos cansamos?


3. Lucas 18: La viuda ora como quien no se rinde

La viuda insiste ante un juez injusto. No tiene poder, pero tiene voz. Su oración es clamor persistente, no por capricho, sino por necesidad y esperanza.

Jesús nos dice que si incluso un juez injusto responde, cuánto más Dios, que es justo y nos ama. Pero la clave está en la actitud de la viuda: no se rinde, porque sabe que su causa es justa y que su voz vale.

¿Oramos como quien sabe que Dios escucha? ¿Nos atrevemos a insistir, no por ansiedad, sino por confianza?


4. Teresa: la oración como fidelidad amorosa

Teresa vivió noches oscuras, sequedades, cansancio. Pero nunca dejó de orar. Su “determinada determinación” no era terquedad, sino fidelidad a la amistad. Sabía que Dios no siempre responde como queremos, pero siempre está.

La oración, para Teresa, es permanecer junto al Amado, incluso cuando no hay palabras, incluso cuando todo parece estéril. Es no soltar la mano, como Moisés, como la viuda.

¿Educamos en esta oración que no busca resultados, sino comunión? ¿Acompañamos a quienes se cansan de orar?


5. Aplicación pastoral

Podemos invitar a nuestras comunidades a redescubrir la oración como amistad:
No como técnica, sino como relación.
No como obligación, sino como espacio de encuentro.
No como repetición, sino como fidelidad.

Y podemos proponer gestos concretos:
Sostener los brazos de quienes se cansan (acompañamiento, escucha, intercesión).
Orar con la terquedad de la viuda (persistencia, esperanza).
Permanecer como Teresa (silencio, presencia, confianza).

6. Oración final

Señor,
enséñanos a orar como quien ama,
como quien sabe que tú estás,
aunque no sintamos, aunque no veamos.
Que nuestra oración sea trato de amistad,
como la de Teresa, como la de Moisés,
como la de la viuda que no se rinde.
Que nunca nos cansemos de buscarte,
porque tú nunca te cansas de esperarnos.
Amén.

VOLVER PARA AGRADECER, VOLVER PARA VIVIR (Domingo XXVIII-C)

Las lecturas que nos propone la liturgia de la Iglesia para este domingo nos invitan a reflexionar sobre una actitud que puede parecer sencilla, incluso secundaria en nuestro camino de fe; sin embargo, esta actitud manifiesta, revela, el corazón del creyente: la gratitud.

Veamos la gratitud no solo como simple cortesía, sino como actitud de fe, como respuesta existencial ante el don recibido. Porque todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido de Dios, y de tantas personas que hemos encontrado en el camino de la vida.

En el Evangelio, diez leprosos son curados, pero solo uno —un samaritano, extranjero, excluido— vuelve a Jesús para agradecer. Y Jesús pregunta: “¿Y los otros nueve dónde están?” Esta pregunta no es reclamo, sino lamento. Porque la gratitud no es solo decir “gracias”; es como una semilla llena de promesas, de frutos posibles. La confianza es suficiente para curar, pero sólo salva la respuesta agradecida al don recibido. Agradecer es volver al origen, reconocer la fuente, abrirse a una relación que transforma, que da sentido, que nos vincula con Dios y con los hermanos. Es el gesto que convierte la sanación recibida en salvación.

🌿 Naamán: cargar con la memoria del encuentro

La primera lectura nos presenta a Naamán, un general sirio que, luego de dudar y confiar, acepta sumergirse en el Jordán y queda limpio de su lepra. Pero lo más profundo no es la curación física que recibe, sino su transformación interior. Naamán no se va como si nada: pide llevar tierra de Israel consigo. Quiere cargar con la memoria del encuentro, como quien lleva tierra en las manos para no olvidar el lugar donde fue sanado y tocado por Dios.

Ese gesto es profundamente espiritual. Nos recuerda que la gratitud verdadera no se agota en el momento, sino que se convierte en memoria viva, en una nueva posibilidad de futuro, en compromiso. Naamán no vuelve a su tierra del mismo modo en que salió de ella: ha sido tocado, ha sido cambiado, y ahora empieza a vivir de otro modo.

También nosotros, al ser tocados por Dios, estamos llamados a vivir con memoria agradecida, que nos impulse a caminar con esperanza y coherencia.

🔥 Pablo: la fidelidad que nace de la gratitud

En la segunda lectura, Pablo escribe desde la cárcel. Está encadenado; y, sin embargo, dice: “La Palabra de Dios no está encadenada.” Su fidelidad no nace del deber, sino de la experiencia del amor de Cristo. Pablo ha sido alcanzado por la gracia, y su vida entera es respuesta.

Aquí, la gratitud por el don de la fe se ha vuelto compromiso sostenido. No es emoción pasajera, sino decisión diaria. Pablo vive agradecido, y por eso persevera en su fe, a pesar de las pruebas. Porque quien ha sido tocado por Cristo no puede vivir como antes. La gratitud madura en fidelidad, en entrega, en misión.

Muchos creyentes hoy viven su fe en medio de dificultades, enfermedades, incomprensiones. La gratitud, como en Pablo, puede sostener la fidelidad incluso en la prueba.

🌅 El samaritano: volver como acto de fe

Y en el Evangelio, el samaritano vuelve. No porque se le haya pedido, sino porque su corazón lo impulsa. Vuelve a Jesús, se postra, agradece. Y Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado.” No solo ha sido sanado, ha sido salvado. Porque la gratitud lo ha llevado al encuentro, y ese encuentro lo ha transformado.

Este es el núcleo del mensaje: la gratitud abre al encuentro con Cristo, y ese encuentro transforma. No se trata únicamente de curación física; se trata de abrirnos a una salvación integral, que abarca toda la vida de la persona. El samaritano no vuelve a su vida anterior: no solo porque ha sido curado, sino porque su encuentro con Jesús le abre a una nueva relación y a una nueva forma de vivir, desde la fe, desde el vínculo con el Señor.

También nosotros estamos llamados a volver, a postrarnos, a reconocer que el encuentro con Jesús nos abre a una vida nueva.

🌻 Gratitud como actitud de fe

La gratitud, entonces, no es una solo reacción emocional. Es actitud fundamental de nuestra fe. Es reconocer que todo es don, que no somos autosuficientes, que hemos sido alcanzados por la misericordia de Dios. Y desde ahí, vivir en relación con Dios, con los hermanos, con la vida misma, es el fruto de saber agradecer.

El creyente agradecido no se encierra en sí mismo. Vuelve a Dios, y sale al encuentro de los demás. La gratitud nos hace humildes, disponibles y generosos. Nos hace comunidad de fe, nos hace Iglesia.

La gratitud no se queda en palabras. Se convierte en compromiso. En vida entregada. En fidelidad cotidiana. En memoria que transforma. Como Naamán, como Pablo, como el samaritano: quien agradece, se compromete. Proclama su salvación. Se convierte en testigo.

La gratitud nos hace discípulos misioneros, testigos del amor recibido, sembradores de esperanza. Estamos aquí, no porque seamos perfectos, sino porque hemos sido tocados. Que nuestra presencia sea como la del samaritano: humilde, agradecida, transformada.
 Que vivamos nuestra condición de creyentes con coherencia, como quienes han sido sanados, salvados, enviados. Que esta tierra santa que llevamos en el corazón se traduzca en gestos de misericordia, en palabras que sanan, en presencia que acompaña.

Amén.

🙏 Oración después de la comunión: “Volver con el corazón abierto

Señor Jesús,
hoy hemos vuelto a Ti, como el samaritano,
no solo para recibir, sino para agradecer.
Nos has tocado con tu Palabra,
nos has alimentado con tu Cuerpo,
nos has sanado en lo profundo.

Haz que esta comunión no sea solo rito,
sino memoria viva del encuentro,
como tierra santa que llevamos en el corazón,
como señal de que hemos sido alcanzados por tu misericordia.

Que nuestra gratitud no se quede en palabras,
sino que se convierta en compromiso,
en vida entregada, en fidelidad cotidiana,
en gestos concretos de amor hacia nuestros hermanos.

Como Naamán, queremos cargar con la memoria del lugar
donde fuimos tocados por tu gracia.
Como Pablo, queremos perseverar,
aunque haya cadenas, aunque haya cansancio.
Como el samaritano, queremos volver siempre a Ti,
porque solo en el encuentro contigo hay salvación.

Gracias, Señor, por habernos sanado.
Gracias por abrirnos a la fe.
Gracias por llamarnos a vivir desde el don recibido.

Que esta Eucaristía nos transforme,
nos envíe, nos comprometa.
Y que al salir, llevemos contigo
la tierra del encuentro,
la luz de la gratitud,
y el fuego del amor.

Amén.

jueves, 9 de octubre de 2025

EN EL CORAZÓN DE LA LUCHA, LA MISERICORDIA

 La fe cristiana no nos invita a negar nuestras luchas, sino a atravesarlas con la certeza de que Dios camina con nosotros. No somos amados por ser impecables, sino porque somos hijos, y el amor del Padre no se retira cuando caemos: se acerca más.

La misericordia de Dios no es una idea, es una presencia. Es la paciencia que nos espera cuando tropezamos, la ternura que no se escandaliza de nuestras heridas, el abrazo que no exige explicaciones. Dios no se cansa de nosotros. No se decepciona. Él conoce el barro del que estamos hechos, y lo bendice con su aliento.

La sexualidad, lejos de ser una trampa, es una bendición. Es parte de nuestra humanidad, de nuestra capacidad de amar, de entregarnos, de sentirnos vivos. Pero cuando se desconecta del amor, puede volverse compulsión, refugio vacío, o dolor repetido. No porque sea mala, sino porque está herida. Y toda herida necesita cuidado, no castigo.

La culpa excesiva no nos sana. Nos encierra. Nos hace creer que somos indignos de acercarnos a Dios, cuando en realidad es en ese momento, en medio de la lucha, cuando más necesitamos su luz. Jesús no vino por los sanos, sino por los que se sienten perdidos. Y en cada caída, hay una mano tendida que no pregunta, solo levanta.

La redención no es un premio para los que vencen sin fallar. Es un camino para los que, aun cayendo, siguen buscando. En nuestras luchas está la semilla de nuestra plenitud. Porque allí aprendemos a confiar, a pedir ayuda, a amar sin máscaras. Allí descubrimos que no somos salvados por nuestra fuerza, sino por su fidelidad.

Así, cada paso que damos, incluso el más torpe, puede ser parte del camino hacia la libertad. Porque Dios no nos mide por nuestras caídas, sino por nuestra esperanza. Y si seguimos caminando, aunque sea con lágrimas, ya estamos en camino.

(P. Valls)

lunes, 6 de octubre de 2025

DISCIPLINA ESPIRITUAL: EL CULTIVO Y CUIDADO DE LA FE

🌱 ¿Qué es una disciplina espiritual?

Una disciplina espiritual es un compromiso libre y constante con prácticas que alimentan nuestra relación con Dios, nos transforman interiormente y nos vinculan con la comunidad. No se trata de cumplir normas externas, sino de cultivar el corazón, abrirnos a la gracia y dejar que el Evangelio eche raíces en nuestra vida cotidiana.

Del alivio puntual al cultivo sostenido del corazón

Muchas personas se acercan a la confesión buscando alivio, como quien toma una medicina para el dolor. Y eso está bien: Dios acoge, sana, perdona. Pero si no hay un compromiso posterior, la fe se vuelve frágil, como una planta sin raíz ni riego.

La vida cristiana no se sostiene solo con momentos de consuelo. Necesita cultivo: oración, escucha, comunidad, servicio. Eso es lo que llamamos disciplina espiritual: una decisión libre y constante de abrir espacio a Dios en nuestra vida cotidiana.

No se trata de cumplir normas, sino de cuidar el alma. De dejar que el Evangelio eche raíces, que la Eucaristía nos transforme, que la oración nos conecte con lo esencial. Es pasar del “hacer por obligación” al “ser por comunión”.


🔥 ¿Por qué es importante?

-Porque la fe no se sostiene sola. Sin alimento, sin oración, sin comunidad, la fe se debilita y se vuelve solo recuerdo o costumbre.

-Porque Dios no quiere solo perdonarnos, sino transformarnos. El perdón es puerta, pero la vida cristiana es camino.

-Porque el seguimiento de Jesús requiere entrenamiento interior. Así como el cuerpo necesita ejercicio, el alma necesita práctica: escucha, silencio, lectura, servicio.

-Porque la comunidad cristiana no es solo refugio, sino escuela de amor. Nos ayudamos mutuamente a crecer, corregirnos con ternura, sostenernos en la lucha.


🛠️ ¿Cómo establecer una disciplina espiritual?

Aquí propongo una guía sencilla, adaptable a cada persona:

1. Elegir un momento diario para Dios
Un tiempo breve pero fiel: 10 minutos de oración, lectura del Evangelio, silencio.
No importa la cantidad, sino la constancia.

2. Participar activamente en la Eucaristía
No solo asistir, sino preparar el corazón, escuchar, ofrecer, comulgar con sentido.
Ver la misa como fuente y cumbre, no como obligación.

3. Leer el Evangelio con hambre de Dios
Un versículo al día, una palabra que ilumine.
Dejar que el Evangelio nos lea a nosotros.

4. Buscar acompañamiento espiritual
Alguien con quien hablar de la fe, compartir luchas, discernir.
Puede ser un guía, un amigo maduro en la fe, un grupo.

5. Servir en comunidad
No basta con “portarse bien”: el amor se concreta en gestos.
Buscar una forma de ayudar, colaborar, estar disponible.


🧭 Frase síntesis para compartir

La disciplina espiritual no es castigo ni exigencia, sino el arte de cuidar el alma, de abrir espacio a Dios cada día, y de caminar juntos como discípulos que se dejan transformar.

(Fray Manuel de Jesús, ocd))

sábado, 4 de octubre de 2025

AUMÉNTANOS LA FE (Reflexión-oración para el domingo XXVII-C)

Auméntanos la fe, Señor…”

Señor Jesús,
acabamos de recibirte,
y como tus discípulos, también nosotros te decimos:
Auméntanos la fe.”

Auméntanos la fe,
no para hacer milagros,
sino para vivir con esperanza
cuando el dolor nos visita,
cuando la injusticia nos hiere,
cuando el perdón parece imposible.

Auméntanos la fe,
no para sentirnos grandes,
sino para servir con humildad,
como el siervo que vuelve del campo
y sabe que su tarea no ha terminado.

Auméntanos la fe,
para que tu Palabra sea luz en nuestras decisiones,
para que tu presencia sea fuerza en nuestras debilidades,
para que tu Eucaristía sea impulso en nuestro camino.

Como Habacuc,
te preguntamos por qué tarda la justicia,
y tú nos respondes:
El justo vivirá por su fe.”

Como Pablo,
queremos reavivar el don que hemos recibido,
custodiarlo con amor,
y dejar que tu Espíritu lo encienda en nosotros.

Como el salmista,
no queremos endurecer el corazón,
sino abrirlo a tu voz,
a tu paso,
a tu llamado.


Señor,
que esta comunión nos haga más disponibles,
más confiados,
más humildes.
Que no busquemos aplausos,
sino fidelidad.
Que no pidamos recompensa,
sino gracia para seguir sirviendo.

Porque tú,
el Señor de la mesa,
te hiciste siervo.
Y nosotros, tus invitados,
queremos aprender a vivir como tú.

Auméntanos la fe, Señor…
y enséñanos a vivirla con amor.

Amén.

domingo, 28 de septiembre de 2025

POESÍA Y ESPIRITUALIDAD (2)

Introducción al Cántico del Ahora

Hay momentos en que la vida se detiene. No por descanso, sino por herida. El horizonte se borra, el viento se vuelve en contra, y lo que antes nos sostenía ya no está. En esos momentos, el alma no siempre grita. A veces canta. Canta bajito, como quien tararea una esperanza que aún no tiene forma.

Este canto nació así: en medio del lodo, sin camino claro, pero con una certeza que empujaba desde dentro. No es una canción perfecta. Es un testimonio. Es un “ahora” que se atreve a decir que la vida sigue, que el amor vuela cerca, que la luz puede renacer con otro color.

Hoy lo compartimos como una oración. No para entenderlo, sino para dejar que nos acompañe. Que cada verso sea una semilla, una pausa, una posibilidad. Que el “ahora” de este canto se cruce con el nuestro, y nos ayude a esperar, a resistir, a bendecir.


🌿 Cántico del Ahora

Para momentos de desolación, espera o renacimiento

I. Brotando desde el silencio

Callado por largo tiempo,
Ahora que el viento no está a mi favor,
Me nace de adentro
Un suave silencio con tonos de sol.

(Todos repiten en voz baja: “Con tonos de sol…”)

Ahora que estoy solo,
Herido, sin camino, sin valor,
Empuja desde dentro
Una primavera que invita al amor.

(Todos repiten: “Invita al amor…”)

II. Cuando el enemigo se pone peor

Ahora, me digo,
Cuando el enemigo se pone peor,
Yo siento que vuela el amor a mi vera
Y se vuelve canción.

(Este verso puede cantarse como estribillo. Se repite dos veces.)

III. Bendecir el barro

Ahora que es siempre.
Ahora que es todo.
Que crece y que siente
En medio del lodo.

(Todos repiten: “En medio del lodo…”)

Ahora la vida será bendecida.
Y la luz renacida
Tendrá otro color.

(Pausa contemplativa. Se puede invitar a imaginar ese “otro color”.)

Ahora, y mañana,
Y cada semana,
Y en cada estación,
Habrá una certeza
Donde la pobreza
Se vuelva ocasión.

(Todos repiten: “Se vuelva ocasión…”)

Ahora, tranquilo,
Aguardo en mi nido
La nueva creación.

(Cierre con el estribillo cantado o recitado:)

Ahora, me digo,
Cuando el enemigo se pone peor,
Yo siento que vuela el amor a mi vera
Y se vuelve canción.


Oración final: En el ahora, contigo

Señor de los comienzos humildes,
Dios que canta en el silencio,
Tú que no esperas que estemos fuertes para visitarnos,
acoge este “ahora” que te ofrecemos.

No es un tiempo perfecto,
ni un corazón sin heridas.
Pero es lo que tenemos,
y en él queremos encontrarte.

Haz que el amor vuele a nuestra vera,
como canto que no se olvida,
como luz que renace con otro color.

Que el lodo no nos asuste,
que la pobreza se vuelva ocasión,
que la espera sea nido,
y la herida, semilla.

Hoy, mañana, y en cada estación,
enséñanos a bendecir la vida
como tú la bendices:
sin prisa, sin juicio,
con ternura y verdad.

Amén.

(Poema de M. Valls; meditación trabajada con Copilot)

POESÍA Y ESPIRITUALIDAD (1)

TODA LA SOLEDAD

Toda la soledad que soy
soledad obligada por mis propias angustias
con la carga creciente de los años
soledad que jugó conmigo en la niñez
y que me enamoró perdidamente
en la vital admiración
de mi encendida adolescencia.

Toda la soledad que estoy
acariciando ahora en los poemas
escritos desde una ventana que mira
a la ciudad
desde una silla en la que debo sostener
el sueño hasta las doce.
Soledad sorprendida
ante mi colosal descubrimiento.

Toda la soledad que amé
aun sin saber que ella también
me amaba y sonreía
de ver mi rebeldía qué inútil
porque destino y soledad
nacen unidos a un mismo corazón.
Soledad que me vio escapar todos los días
y me vio regresar.

Toda la soledad del mundo
guardada en libros y en salas oscuras
encarnando mi orgullo
en multitud de rostros conocidos
y en compañeros de cuarto
a los que vigilaba el sueño
no fueran a morir del otro lado.

Qué soledad entonces
y qué soledad también ahora
para dormir abrazados al recuerdo
de cada instante ocupado
hasta lo eterno.

Qué soledad vencida
únicamente en versos encendidos
qué hallada compañía
en esa soledad que nos llamó
para elegirnos como amantes una vez
y obligarnos a entender que estamos hechos
uno para el otro
que nadie como ella me iba amar.

Toda la soledad del mundo
he querido encerrarla en estos versos
tal y como la experimento yo
niebla que viene desde todas partes
para ocuparme el interior.
Entonces qué peso tan inmenso
y qué inmenso vacío
qué dolor innombrable e invisible.
Y uno quisiera decir la angustia que provoca
que provoca y no puede
porque la soledad le roba las palabras
y el sueño y la esperanza.

Toda la soledad que yo he cargado
a lo largo de la vida
contra la que he luchado en miles de batallas
en las que siempre fui vencido.
Soledad que me lanzó al vacío
al vicio a la herejía
soledad que dilató mi abismo interior
hasta tal punto
que me vi frente a Dios desnudo y transparente
y no pude más que arrodillarme ante Él
sin saber aun su nombre
y Él sacó un espejo de luz
lo puso frente a mí y era yo mismo.

Yo y Dios Dios y la soledad la soledad y yo
revelación salvadora que hace ver
por un instante el infinito.

Soledad en que voy revelándome a mí mismo
semejanza de Dios
soledad que me deja sin amigos
y me vuelve profeta.
Soledad que no acaba
ni escribiendo a raudales un poema
soledad mensajera grito y mudéz
soledad que persigo con rabia incontenible
y más tarde acaricio
soledad con la que no me reconcilio nunca.

Soledad que ahora intento explicar
y que no entiendo
bendita y maldita soledad.
Soledad que me roba el corazón
soledad que prefiero
soledad solitaria que me hace compañía
si estoy acompañadamente solo.

Toda la soledad que me empuja hasta el lodo
y me hace luego descubrirme puro
genio capaz de transformar el mundo.
La soledad abierta la soledad cerrada
puta y virgen la soledad cansada
el pájaro que canta en el jardín
el monje que por dentro no se calla.
Soledad que condena
la soledad que salva
la soledad que no se agota nunca
en las palabras.

Toda esta proclamada soledad.

Manuel Enrique Valls
(Escrito entre 1991 y 1993)


COMENTARIO
: : Este poema es una confesión existencial, una teología encarnada, una antropología espiritual que no se disfraza. Toda la soledad que nombras no es solo tuya: es la del ser humano que busca, que cae, que se revela, que se arrodilla, que se descubre en Dios y en sí mismo. Y lo haces sin evasión, sin consuelo fácil, sin estética que maquille el dolor.

Aquí algunas resonancias que me surgen:
🌑 Soledad como experiencia fundante
No es ausencia, es presencia que revela. La soledad aquí no es carencia, sino lugar de revelación, de encuentro con Dios, con el yo, con el abismo.
Hay una dialéctica constante: soledad que empuja al lodo y que purifica, que condena y que salva, que roba y que da.

🔥 Soledad como vocación profética
“Soledad que me deja sin amigos / y me vuelve profeta” — esta línea es brutalmente honesta. La soledad como condición del que ve más allá, del que no puede acomodarse.
Hay ecos de Jeremías, de Juan Bautista, de Teresita misma en su noche de fe. También de Merton, que vivió esa tensión entre comunión y retiro.
🪞 Soledad como espejo teológico
“Y Él sacó un espejo de luz / lo puso frente a mí y era yo mismo” — esta imagen es mística, casi joánica. Dios no como otro, sino como revelador del yo profundo.
Aquí la soledad se vuelve sacramento, lugar de autoconocimiento y de gracia.

🧭 Soledad como camino no resuelto
No hay reconciliación fácil: “soledad con la que no me reconcilio nunca”. Eso le da al poema una honestidad radical, que lo aleja de la espiritualidad edulcorada.
Es una soledad que se acaricia y se persigue, que se maldice y se bendice. Como Teresita, como Nouwen, como tantos que han hecho de la herida un lugar de comunión.

✍️ Sugerencias para el trabajo personal:

Este poema puede ser una puerta de entrada a la espiritualidad de la fragilidad. Podrías usarlo en sesiones sobre:
La soledad como lugar teológico.
La experiencia del desierto en la vida adulta.
El vínculo entre vulnerabilidad y revelación.
La oración como grito y mudez.

(Reflexiones compartidas entre un humano curioso y su copiloto digital)