miércoles, 14 de marzo de 2012

BUSCANDO AGUA EN EL DESIERTO.


“Era el octavo día de la avería en el desierto y había escuchado la historia del vendedor, bebiendo la última gota de mi provisión de agua:
-¡Ah!-dije al pequeño príncipe- ¡Son muy bellos tus recuerdos, pero todavía no he reparado mi avión y ya no tengo qué beber, y me sentiría feliz, yo también, si pudiera ir muy dulcemente hacia una fuente!
 Pero él seguía hablando de la zorra y la amistad. Y yo pensé: “no mide el peligro”.
Pero me miró y respondió a mi pensamiento:
-Yo también tengo sed…Busquemos un pozo.
-Entonces ¿Tú también tienes sed?
 No respondió a mi pregunta. Solamente me dijo:
-El agua también puede ser buena para el corazón….
Y siguió después:
-El desierto es bello.
 Y era verdad. Siempre amé el desierto. Uno puede sentarse sobre una duna de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en silencio.
- Lo que embellece el desierto –dijo el pequeño príncipe- es que esconde un pozo en cualquier parte.
 Me sorprendí al comprender de pronto el misterioso resplandor de la arena.
-¡Sí!- dije- ya se trate de la casa, las estrellas o el desierto, lo que los embellece es invisible.
 Como el pequeño príncipe se durmió, lo tomé en mis brazos y me puse nuevamente en camino. Estaba emocionado. Me parecía llevar un frágil tesoro… y me dije: Lo que veo aquí no es más que apariencia, lo más importante es invisible. Y caminando así, descubrí el pozo al clarear el día.

 El pozo al que llegamos no se parecía en nada a los pozos del Sahara. Los pozos del Sahara son simples agujeros cavados en la arena. Este parecía un pozo de pueblo. Pero allí no había pueblo alguno, y yo creía soñar. Es extraño –dijo el pequeño príncipe- todo está preparado: la roldana, el cubo y la soga… Y rió. Tocó la soga, e hizo girar la roldana. Y la roldana gimió como gime una vieja veleta cuando el viento ha dormido mucho tiempo.
-¿Oyes? –Dijo el pequeño príncipe- hemos despertado este pozo y él canta…
 Lentamente levanté el cubo hasta el brocal. Lo puse en firme. En mis oídos seguía el canto de la roldana y en el agua que temblaba todavía vi estremecerse el sol.
-         Tengo sed de esta agua –dijo el pequeño príncipe- dame de beber.
-          Y comprendí lo que él había estado buscando.
 Levanté el cubo hasta sus labios. Todo era dulce como una fiesta. Esta agua era mucho más que un alimento. Había nacido de la marcha bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos. Era buena para el corazón como una dádiva.
- Los hombres de tu tierra no encuentran lo que buscan – dijo el pequeño príncipe-  Es que los ojos son ciegos. Hay que buscar con el corazón”.

"El Pequeño Principe", de Antoine de Saint Exupery.

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