sábado, 17 de marzo de 2012

A DIOS LE GUSTAN LAS MUJERES


Una de las cosas que mejor me  salió durante la creación fue el corazón de la mujer

—Hoy he estado celebrando la eucaristía en la Casa Generalicia de unas amigas mías franciscanas. Me recibió sonriente y feliz Lourdes, que cuando era provincial me invitó varias veces a dirigir ejercicios a las hermanas de su provincia y ahora atiende la portería. Durante la cena pregunté por Rosario, la anterior superiora general. Está en una misión de Mozambique. Y la anterior a ella, Carmen, está limpiando culos —con perdón— en una residencia de mayores. Son admirables estas mujeres, Padre. Ellas no saben qué es eso de la erótica del poder; sólo conocen la erótica del servicio y, cuando les corresponde ejercer un ministerio de autoridad, desean que termine pronto para servir otra vez directamente a los pobres.

—Sí, hijo. Una de las cosas que mejor me salió durante la creación fue el corazón de la mujer. Mi Hijo os enseñó a llamarme “Padre”, e hizo bien porque en aquella cultura ni siquiera las mujeres habrían aceptado llamarme “Madre”, pero hoy es distinto. Por eso inspiré a Juan Pablo I para que dijera aquello de que Dios “es padre; más aún, es madre”. Y la inteligencia de las mujeres también me quedó muy bien. Habrás podido comprobar que, cuando dejáis de ponerles trabas para que estudien, obtienen mejores calificaciones que vosotros. Por eso me irrita profundamente que la Iglesia —”mi” Iglesia— esté aprovechando tan poco y tan mal el potencial de las mujeres. Os pediré cuentas por ello; ¡vaya si os las pediré! Sé que no debería decir que me irrito, porque es un antropopatismo, pero no puedo evitarlo.

—¿Es un qué, Padre... maternal?

—Un antropopatismo, hijo, un antropopatismo: atribuir a Dios, o sea a mí, pasiones y sentimientos humanos. Muchas mujeres saben más griego que tú. •


Luis González-Carvajal

2 comentarios:

  1. Julia Evelyn Martínez4 de mayo de 2012, 10:07

    Actuemos según el gusto de Dios (1)
    La religión católica se nutrió del mito creacional de la cultura hebrea (que a su vez la había heredado de las culturas mesopotámicas), y la incorporó al Génesis de su libro sagrado.
    Al asumir este mito creacionista a partir del siglo IV, la tradición católica condenó a las desventuras y desterradas hijas de Eva a sufrir y a servir a los hombres para compensar su culpa en la pérdida del paraíso terrenal, y solo podían redimirse con la castidad o la maternidad.
    Dos siglos antes, en el siglo I, Pablo de Tarso a partir de las ideas sobre la inferioridad de las mujeres desarrolladas por la filosofía aristotélica, estableció un cuerpo de preceptos sobre el rol de mujeres y hombres en las iglesias cristianas primitivas. Dos conocidos pasajes ilustran las ideas de Pablo de Tarso: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley dice. Y si quieren aprender alguna cosa, pregunten en casa a sus maridos; porque deshonesta cosa es hablar una mujer en la congregación” (1 Cor 14, 34-35) y “La mujer aprenda en silencio con toda la sujeción; porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre; sino estar en silencio. Pues Adán fue formado primero, después Eva y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión” (1 Tim 2, 11-14).
    Con el paso de los siglos estas ideas se transformaron en piedra angular de la discriminación de las mujeres dentro de las estructuras y ministerios de la Iglesia Católica, llegando a tener a su máxima expresión en la doctrina de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino, que de forma recurrente retornaron al mito originario de la creación de Eva y de su responsabilidad en la pérdida del paraíso, para justificar la condición de sumisión de las mujeres.
    A partir de allí, las mujeres interesadas en formar parte de esta institución religiosa, se vieron obligadas a asumir el arquetipo y los roles de las “desterradas y desventuradas hijas de Eva”, teniendo la esperanza de lograr su salvación a partir del ejemplo de sumisión de la Virgen María: poniendo su vida al servicio de los demás y/o limitando su sexualidad exclusivamente a la función de la maternidad. Este rol llegó a abarcar aspectos tan institucionales como aceptar la prohibición de la ordenación sacerdotal de mujeres hasta la aceptación de la intromisión eclesiástica en aspectos tan privados como la regulación de la función reproductiva de las mujeres.
    Sin embargo, pese a toda esta discriminación, las mujeres se convirtieron históricamente no solo en la mayoría de la feligresía de la Iglesia católica sino en las protagonistas de grandes movimientos orientados a su reforma y/o renovación, para crear una Iglesia que pueda ser más congruente con las enseñanzas de amor, justicia e igualdad de Jesús de Nazaret.
    Por ejemplo, entre los siglos XII y XIII surgieron en Europa las Beguinas, un movimiento laico de mujeres católicas identificado por el símbolo del Ave Fénix, que estaban organizadas a partir de la lectura y el estudio de textos religiosos, y que produjeron una abundante obra intelectual al mismo tiempo que realizaban un intenso trabajo dentro de las comunidades en apoyo a enfermos, huérfanos y pobres. Dentro de sus principales actividades estaba la educación de otras mujeres y la divulgación de textos religiosos y de sus obras literarias en lenguaje popular, para que fuera accesible a la mayoría de la población que no entendía el latín. Estas mujeres se asentaron en barrios o pequeñas ciudades conocidos como beguinatos, constituidos por una multitud de casas pequeñas (a veces hasta 100), cada una de las cuales está habitada por una o varias beguinas.

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  2. Julia Evelyn Martínez4 de mayo de 2012, 10:15

    Actuemos según el gusto de Dios (2)
    Estos espacios daban respuesta a las inquietudes intelectuales de algunas mujeres, que de otra forma no podían acceder al conocimiento. Se dice que a finales del siglo XIII existían en Europa más de 200.000 beguinas, y su influencia se había extendido a España, Francia, Holanda y Alemania.
    Esta forma de vida tan impropia de las hijas de Eva, llamó la atención de la Iglesia Católica y en el año 1331, durante el Concilio de Viena, el Papa Clemente V decretó su persecución por herejía bajo el argumento de que “su modo de vida debe ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios”. Se instruyó a la recién creada Inquisición para proceder a la investigación, interrogatorio y ejecución de las beguinas que se negaran a vivir en un monasterio para dedicarse a la oración y a la penitencia. No existen datos precisos de cuántas beguinas fueron quemadas en la hoguera de la inquisición, pero sí se sabe que algunas de las más grandes místicas y escritoras de este movimiento sufrieron este destino. Un movimiento más reciente de mujeres católicas orientado a la igualdad y no discriminación de las mujeres en la estructura de la Iglesia Católica es el de la Conferencia del Liderazgo de Mujeres Religiosas de Estados Unidos (LCWR) creada con autorización del Vaticano en 1958, y que agrupa actualmente a un 80% de las 57.000 monjas que residen en EE UU. Desde su fundación, esta organización asumió el espíritu renovador del Concilio Vaticano II, para encarnarlo en la práctica de las mujeres católicas en los Estados Unidos, tanto religiosas como laicas, compromiso que las han llevado en muchas ocasiones a cuestionar el machismo y la misoginia existentes en la doctrina y rituales del catolicismo.
    Una de las dirigentes más destacadas de la LCWR, la hermana Theresa Kane, superiora de la orden de la Caridad, marcó en 1965 el talante de este movimiento cuando confrontó públicamente al Papa Paulo VI al solicitarle que se abriera a la incorporación de mujeres en todos los ministerios de la iglesia, incluyendo el sacerdocio. Otros temas de la agenda de estas religiosas se relacionan con una participación más activa de las monjas en la vida comunitaria y académica, así como la eliminación en la lista oficial de pecados de la Iglesia católica de la homosexualidad y el uso de anticonceptivos como métodos de planificación familiar, entre otros.
    Sin embargo, al igual que hace siete siglos ocurrió con las Beguinas, recientemente la jerarquía católica ha enfilado contra la LCWR el poder represivo de la Congregación de la Doctrina de la Fe (ex–Inquisición) y ha hecho público un Informe de las actividades de esta organización de religiosas en el cual concluye la existencia de “graves desviaciones doctrinales” que se oponen subrepticiamente a la doctrina oficial en materia de sacerdocio y homosexualidad. El Informe de la Congregación de la Doctrina de la Fe recomienda que se proceda a una reforma de los Estatutos de la LCWR para asegurar que sus posturas teóricas y prácticas estén bajo los lineamientos directos del Vaticano. Para ello, el Papa Benedicto XVI ha instruido a una comisión de obispos, encabezada por el Arzobispo de Seattle, para que supervise directamente en el plazo de cinco años este proceso de re-estructuración de la LCWR.
    Qué las religiones monoteístas oficiales odien y al mismo tiempo teman a las mujeres no es nada nuevo, y esto es tan cierto para el Islamismo, el catolicismo como para el judaísmo. Tampoco es nuevo el hecho que muchas mujeres dentro de estas religiones se resistan a ser tratadas como creyentes de segunda categoría y/o se organicen para transformar este status quo. Lo que sí podría ser novedoso en esta etapa de la historia de la humanidad es el hecho que las mujeres no creyentes se unan a la causa de las valientes hijas de Eva, que se encuentran en resistencia en estos momentos contra el patriarcado, y que desde la sororidad, hagamos una sola lucha en hermandad.

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