sábado, 3 de noviembre de 2018

EN EL SENCILLO JARDÍN DE DIOS.

La pregunta que el Evangelio de este domingo me sugiere es esta: Qué es lo esencial en nuestra fe, y por supuesto, en nuestra vida? Partimos siempre de que la fe habla y apunta a la vida, y que la vida cobra un sentido más pleno desde la fe. Con la práctica religiosa no podemos escapar de la vida, aunque a veces es una tentación, sino abrazarnos a ella y trabajar en ella por el Reino. 

Pero sucede que a veces la práctica religiosa se llena de tantos preceptos, mandatos, ritos, sugerencias, ordenanzas, que al final estamos metidos en una complicada red, en un bosque intrincado y oscuro, en el que acabamos completamente perdidos. Le pasaba a los judíos en tiempos de Jesús, y todo era con la mejor de las intenciones, por supuesto: para que el cumplimiento del decálogo fuera más perfecto, para alabar mejor a Dios en la vida diaria. 

Jesús quiere devolvernos a ese momento fundacional, a lo claro y diáfano del acto religioso: Qué es lo más importante? Dios y el prójimo. Así, sin largas explicaciones, acudiendo a ejemplos sencillos de la vida cotidiana, a historias de todos los días. Pero importante, y mejor todavía: Jesús vincula estos dos elementos esenciales de forma muy estrecha; no puede haber amor a Dios sin amor al prójimo, y amar al prójimo sin reconocer su filiación divina acaba siempre quitándole dignidad, manipulándole

Nosotros, en nuestra práctica cristiana, padecemos también de estos mismos problemas, que siguen siendo muy actuales: nos preocupamos en demasía por detalles litúrgicos, ponemos el acento en aspectos secundarios de la fe, o los mal interpretamos, y así perdemos de vista lo esencial, lo que es realmente importante para que no nos perdamos en el bosque intrincado de las prácticas religiosas, y disfrutemos con espíritu libre y amoroso del sencillo jardín de Dios.

Un ejemplo de esto, solo un ejemplo, es lo ampuloso del lenguaje litúrgico que utilizamos en las oraciones, rituales y mandatos eclesiales, y ahora es mucho peor con las nuevas oraciones del recién publicado Misal Romano, en su nueva versión. Terminamos creyéndonos en el antiguo templo de Jerusalén, ya desaparecido, y no en ese templo nuevo que es la comunidad fraterna, que da gracias a un Padre en el cielo que nos ha llamado hijos y hecho hermanos en el Hijo, nuestro Señor  y Maestro, Jesucristo.

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