Cada Evangelio tiene su características propias, y es importante entenderlo así para tener una comprensión menos estrecha de Jesús, de su mensaje, de sus propuestas para vivir.
Hablemos en esta ocasión del Evangelio según San Mateo: este, dirigido a una comunidad de cristianos provenientes del judaísmo, presenta a Jesús como el nuevo Moisés, y al igual que este, promulgando una nueva Ley de parte de Dios. Como la antigua ley tenía cinco libros, el Decálogo, ahora la nueva ley dada por Jesús tiene también cinco libros o discursos. El Sermón del Monte es el primer discurso, y se abre con las ocho bienaventuranzas. El Sermón de la Vigilancia (Mt 24,1 hasta 25,46), es el quinto y último discurso, que describe el Juicio Final. Las Bienaventuranzas describen la puerta de entrada del Reino de Dios, enumerando ocho categorías de personas: los pobres, los mansos, los afiglidos, los hambrientos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de la justicia...
Luego, la Parábola del Juicio Final dice lo que debemos hacer para heredar el Reino: acoger a los hambrientos, a los sedientos, a los extranjeros, a los desnudos, a los enfermos y a los presos. Como vemos, tanto al inicio como al final de la Nueva Ley que promulga Jesús están los pobres, los excluidos, los marginados.
Esta parábola evangélica del Juicio Final es una de los pasajes más claros y definitivos que aparecen en boca del Maestro; no hay imágenes apocalíticas ni metáforas que puedan confundir o admitir interpretaciones espiritualistas. No pueden quedar más claras las cosas: el Señor sabe discernir a los buenos y a los malos, y no parece que juzgara o separara él mismo, sino que cada persona se juzga o se condena a sí misma en relación con su actitud en relación con los pobres, marginados y excluidos. A unos se les llama "benditos" y los otros "malditos", una vez más aparece Jesús (Dios) identificado con los pequeños de este mundo, y una vez más también nos hace entender que la "justicia" del Reino de Dios no se alcanza observando normas y prescripciones, sino acogiendo al necesitado, en los que, como en ningún otro sitio, está Dios llamándonos.
Con las Bienaventuranzas Cristo nos mostró la inversión absoluta de valores que propone al anunciar el Reino de Dios, y optar por ser parte de ese proyecto implica necesariamente CONVERSIÓN, o volver a nacer, o DESPERTAR del sueño del ego, y recuperar la imagen original de Dios en el ser humano.
El Reino de Dios suele ser identificado a veces con la Iglesia, pero ningún pasaje del Nuevo Testamento permite hacer esa identificación. Esto no significa que ese Reino no se manifieste a través de la Iglesia de muchas maneras, pero siempre, y esto es importante recordarlo, como una semilla de mostaza, en pobreza y debilidad, y también en esperanza.
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