Una de las características del mundo actual es el deseo de superación. Las palabras progreso, desarrollo, transformación, evolución están poseídas por un inquieto espíritu de cambio. Colaboran a mantener este talante de nuestra época los avances tecnológicos, los descubrimientos sensacionales en el ámbito de la ciencia y la computación, la complejidad de la economía, la conquista de la naturaleza y el tan temido cambio climático, las busquedas espirituales por caminos diversos en el interior del ser humano, la aventura de la exploración del cosmos. Y luego están los movimientos sociales, las tendencias fluctuantes de las ideologías, los jovenes y las mujeres que buscan pronunciarse, los pensadores de cada momento... Todo esto expresa una voluntad de cambio, un deseo de justicia, un cambio de cultura, un anhelo de un mundo diferente, un mundo nuevo. Y detrás de todo eso el sueño utópico que permite creer en la posibilidad de reconquistar un paraíso perdido.
Pero entonces, toda esta esperanza de nuestro tiempo se rompe, se ve frustrada, en el acantilado de las viejas formas, que hacen prácticamente imposible todo deseo de superación y todo cambio real. Los mejores deseos, las inquietudes más nobles, son tragadas por los sistemas, por lo establecido, por las tradiciones o los intereses de unos pocos, que con su poder y organización sofocan y rinden todo poder de transformación. Esto provoca siempre la desilución, el escepticismo, la aceptación mortal de que el mundo es así y no puede ser de otra manera. El ser humano inquieto acaba domesticado, y el peregrino se torna sedentario, y así generación tras generación van muriendo personas y también sus sueños.
En dentro de este contexto que podemos celebrar e interpretar esta segunda estación (domingo) de Cuaresma, que nos sugiere la idea de que en la vida sólo es posible transformarse y transformar el mundo si tenemos presente la meta a la que queremos llegar (FE) y si no perdemos nunca la ESPERANZA en un futuro mejor que nos aguarda (AMOR).
"Oigo en mi corazón: busquen mi rostro.
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro".
(Salmo 26)
Seguimos en el camino de la Cuaresma que tiene como meta la Pascua, en la que volveremos a confesar a Jesús como Señor; ello implica asumir a Jesús como norma suprema para la vida. No hay otro modo de comprender lo que Dios quiere, lo que Dios pide, sino dejamos que sea Jesús quien lo diga con su vida y con su palabra. La Transfiguración es una teofanía, es decir, una manifestación de la presencia/acción de Dios en la vida de Jesús. Y ya no hay nadie más, ni del pasado, ni para el futuro, que pueda decir lo que a Dios le gusta, lo que Dios ama. El único que lo puede decir con toda autoridad es Jesús. Jesús es quien nos manifiesta plenamente quién es Dios, y de ahí es que en este y en todo tiempo sea fundamental vivir esta dimensión profunda y esencial de la fe: SABER ESCUCHAR A JESÚS.
Textos bíblicos para este domingo: Génesis (!%, 5-12.17-18); Salmo 26; Filipenses (3,17-4,1); Lucas (9, 28b-36).
El relato de la Transfiguración aparece en los tres Evangelios Sinopticos: Marcos (9, 2-8), Mateo (17, 1-8) y el pasaje mrencionado de Lucas. Cada uno aporta algo propio al relato, según su mirada teológica.
El relato de la Transfiguración aparece en los tres Evangelios Sinopticos: Marcos (9, 2-8), Mateo (17, 1-8) y el pasaje mrencionado de Lucas. Cada uno aporta algo propio al relato, según su mirada teológica.
IDEAS PARA INTERPRETAR EL EVANGELIO DE ESTE DOMINGO:
1. La dimensión divina de Jesús, como también la de la propia Iglesia, es verdadera y auténtica, aunque no ha de exhibirse en el escaparate de la vanidad humana, ni siquiera en la liturgia. Esta nunca debería ser un bello espectáculo, sino simplemente la adoración comunitaria del Dios invisible y sorprendente. Jesús, aun en medio de su pasión, entrevió la transfiguración; contra toda esperanza esperó, no se dejó vencer por la decepcionante lección de la vida diaria.
2. En la evangelización hay que dejar para lo último los aspectos brillantes de la fe. La pesca apostólica es una pesca de seres humanos, por lo tanto sobra el cebo. Es Dios el que tiene siempre la iniciativa, y es en la cruz donde plenamente se manifiesta el amor de Dios por nosotros.
3. La voz de Dios que avala a Jesús, aunque ciertamente procede de lo alto, no se manifiesta en formas deslumbrantes. El creyente que acepta esta voz, se encontrará con Jesús solo: sin aureolas, sin providencialismos ingenuos, sin milagrerías pueriles. Es en este camino tan humano donde vamos siendo transfigurados por el contacto asiduo con el Señor y su palabra, por el trato fraterno con nuestros prójimos, hasta que alcancemos, en nuestra condición humilde, su condición gloriosa.
ORACIÓN: Señor, Padre santo, tú que nos has mandado siempre a escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu Palabra; así, con mirada limpia y un corazón gozoso, contemplaremos la gloria de tu rostro. Amen.
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