Estos cuatro días anteriores al domingo primero de
Cuaresma son como una introducción preparatoria al espíritu cuaresmal. El
elemento significativo más importante es la ceniza. Rito tradicional realizado
sobre los penitentes y que sigue conservando la liturgia: “estas cenizas vamos a imponer sobre nuestras cabezas en señal de
penitencia”.
En estos días destaca, entre otros temas, la llamada a
la conversión (Joel 2, 12-18). Ante esta invitación hay que responder con
prontitud, como Leví (Lucas 5, 27-32). Los criterios de esta conversión son
claros. Hay que dar frutos dignos de penitencia, pero estos deben fraguarse en
el interior (Mateo 6, 1-6. 16-18), rasgando el corazón (Joel 2, 12ss). El acto
visible de la penitencia que Dios busca en el pecador arrepentido es el amor,
la justicia social (Isaías 58, 1-9 y 9-41).
De esta manera,
la pedagogía litúrgica de la Iglesia enfrenta a los fieles ante el camino de la
conversión. Hay una senda de bendición y otra de maldición, y es necesario
elegir (Deuteronomio 30, 15-20); perder la vida de muerte para ganar la vida
auténtica es la clave de toda opción verdadera (Lucas 9, 22-25).
El clima espiritual de estos días nos lo describe el
salmo 50, cuyo espíritu de confesión del pecado y confianza tiene que asimilar
la comunidad cristiana.
Recordemos, ya
desde el comienzo, el sentido ascendente y preparatorio que tiene la Cuaresma.
Mediante ella nos purificamos del pecado para llegar al hombre nuevo, a la
fiesta pascual. “Fieles a las prácticas
cuaresmales, puedan llegar, con corazón limpio, a la celebración del misterio
pascual de tu Hijo”.
ORACIÓN: “Señor, fortalécenos con tu auxilio al
empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la
austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra
las fuerzas del mal".
LUCES PARA ENTENDER LAS LECTURAS DE ESTOS DÍAS:
1. Los ritos penitenciales tienen sentido, si traducen el
sentir del espíritu: sentir de creaturidad y de culpabilidad, que actúa un
movimiento de retorno al Dios creador y salvador. El movimiento es ya un signo
de que Dios está cerca. Él está con el pueblo que suplica.
2. Pecado, no es solamente la culpa personal, sino el
clima contaminado producido en la convivencia humana por la acumulación de las
culpas personales (estructura de pecado). Cristo no rehuyó la atmósfera
contaminada: a veces el puritanismo es la cosa más impura del mundo.
3. La ascética cristiana debe ser practicada
discretamente por los creyentes y no aireada a los cuatro vientos. Las grandes
realidades del Evangelio se pueden ofrecer a todos, pero jamás se deben
imponer.
4. Dos caminos se abren ante el hombre: el de la
felicidad y la vida, y el de la desdicha y la muerte. Muerte es la existencia
sin sentido. La vida verdadera está en la comunicación con el Dios de la vida.
La fidelidad a su alianza en obediencia y amor es el camino del encuentro.
5. El triunfalismo es del polo opuesto de todo proceso
evangelizador. Los cristianos hemos soñado demasiado con un “reino de Dios en
poder” y hemos pretendido anticiparlo en nuestras gigantescas construcciones y
en nuestras deslumbrantes exhibiciones.
6. De la boca de sus profetas verdaderos oyó el pueblo
bíblico las críticas más implacables de la religiosidad hipócrita y sin ética.
Ayunos y ritos sacros sin justicia son culto de sí mismos y pura magia, que
pretende adueñarse del infinito.
7. La justicia con el oprimido, la obra que haga vivir
como personas a los que no pueden por sí mismos son exigencias anteriores a
todo culto válido. El hombre de Dios se define en el amor al hombre.
8. El ayuno y todas las demás prácticas ascéticas no
tienen valor en sí mismas, sino en función de algo mayor. Por eso, una extrema
rigidez en la regulación de estas prácticas es ciertamente antievangélica: una
pobreza muy reglamentada no deja hueco para la sorpresa del verdadero pobre.
9. La gran tentación de los cristianos militantes es la
de convertirse en un ghetto: se crea un club cerrado, al que solo tienen acceso
los iniciados. Los de fuera son considerados como seres lejanos, con los que
solo se tienen relaciones externas y a distancia.
PALABRA Y EUCARISTÍA
1- No es un culto externo lo que Dios busca en nosotros,
ni ritos, ni ayunos farisaicos, ni imposiciones de ceniza. El sacrificio
verdadero se fragua en el corazón por medio de la fe y la conversión. Unidos a
Cristo por el camino de la Cruz, llegamos a la justificación. Él se hizo pecado
por nosotros, para que, unidos a Él, seamos capaces de salir del influjo de la
maldición que nos aboca a la muerte.
2- Jesucristo es el prototipo de los que han sido capaces
de perder la vida para ganarla. Este gesto supremo, en el que Cristo confiando
en Dios se juega la vida, lo hacemos presente en la Eucaristía. Entramos en
comunión con Él para seguir el camino de la Cruz; sendero que nos libra de la
maldición y nos lleva directamente al reino de la vida.
3- El rito que Dios espera del hombre es el amor y la
justicia. Ni la ceniza, ni el ayuno, ni la limosna, ni la oración, ni la misma
Eucaristía, si solo son actos externos, nos santifican. La liturgia que Dios
busca es “abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu
pan con el hambriento”. “Si la austeridad exterior que practicamos no va
acompañada por la sinceridad de corazón” (oración), estamos cumpliendo todos
los requisitos para que nos tengamos por fariseos.
4- Hoy Jesús se sienta también a la mesa entre pecadores.
Somos enfermos y necesitamos de él como de un médico. Pero tenemos que aceptar
su diagnóstico: “Cuando destierres de ti la opresión, cuando partas tu pan con
el hambriento, tu oscuridad se volverá mediodía”. Entonces “nos podremos
presentar ante Dios como ofrenda agradable a sus ojos”.
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