lunes, 4 de marzo de 2019

INTROD UCCIÓN A LA CUARESMA (II): DEL MIÉRCOLES AL SÁBADO DE CENIZA


Estos cuatro días anteriores al domingo primero de Cuaresma son como una introducción preparatoria al espíritu cuaresmal. El elemento significativo más importante es la ceniza. Rito tradicional realizado sobre los penitentes y que sigue conservando la liturgia: “estas cenizas vamos a imponer sobre nuestras cabezas en señal de penitencia”.

En estos días destaca, entre otros temas, la llamada a la conversión (Joel 2, 12-18). Ante esta invitación hay que responder con prontitud, como Leví (Lucas 5, 27-32). Los criterios de esta conversión son claros. Hay que dar frutos dignos de penitencia, pero estos deben fraguarse en el interior (Mateo 6, 1-6. 16-18), rasgando el corazón (Joel 2, 12ss). El acto visible de la penitencia que Dios busca en el pecador arrepentido es el amor, la justicia social (Isaías 58, 1-9 y 9-41).

De esta manera, la pedagogía litúrgica de la Iglesia enfrenta a los fieles ante el camino de la conversión. Hay una senda de bendición y otra de maldición, y es necesario elegir (Deuteronomio 30, 15-20); perder la vida de muerte para ganar la vida auténtica es la clave de toda opción verdadera (Lucas 9, 22-25).

El clima espiritual de estos días nos lo describe el salmo 50, cuyo espíritu de confesión del pecado y confianza tiene que asimilar la comunidad cristiana.

Recordemos, ya desde el comienzo, el sentido ascendente y preparatorio que tiene la Cuaresma. Mediante ella nos purificamos del pecado para llegar al hombre nuevo, a la fiesta pascual. “Fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo”.

ORACIÓN: “Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal".

LUCES PARA ENTENDER LAS LECTURAS DE ESTOS DÍAS:
1.  Los ritos penitenciales tienen sentido, si traducen el sentir del espíritu: sentir de creaturidad y de culpabilidad, que actúa un movimiento de retorno al Dios creador y salvador. El movimiento es ya un signo de que Dios está cerca. Él está con el pueblo que suplica.
2.  Pecado, no es solamente la culpa personal, sino el clima contaminado producido en la convivencia humana por la acumulación de las culpas personales (estructura de pecado). Cristo no rehuyó la atmósfera contaminada: a veces el puritanismo es la cosa más impura del mundo.
3.  La ascética cristiana debe ser practicada discretamente por los creyentes y no aireada a los cuatro vientos. Las grandes realidades del Evangelio se pueden ofrecer a todos, pero jamás se deben imponer.
4.  Dos caminos se abren ante el hombre: el de la felicidad y la vida, y el de la desdicha y la muerte. Muerte es la existencia sin sentido. La vida verdadera está en la comunicación con el Dios de la vida. La fidelidad a su alianza en obediencia y amor es el camino del encuentro.
5.  El triunfalismo es del polo opuesto de todo proceso evangelizador. Los cristianos hemos soñado demasiado con un “reino de Dios en poder” y hemos pretendido anticiparlo en nuestras gigantescas construcciones y en nuestras deslumbrantes exhibiciones.
6.  De la boca de sus profetas verdaderos oyó el pueblo bíblico las críticas más implacables de la religiosidad hipócrita y sin ética. Ayunos y ritos sacros sin justicia son culto de sí mismos y pura magia, que pretende adueñarse del infinito.
7.  La justicia con el oprimido, la obra que haga vivir como personas a los que no pueden por sí mismos son exigencias anteriores a todo culto válido. El hombre de Dios se define en el amor al hombre.
8.  El ayuno y todas las demás prácticas ascéticas no tienen valor en sí mismas, sino en función de algo mayor. Por eso, una extrema rigidez en la regulación de estas prácticas es ciertamente antievangélica: una pobreza muy reglamentada no deja hueco para la sorpresa del verdadero pobre.
9.  La gran tentación de los cristianos militantes es la de convertirse en un ghetto: se crea un club cerrado, al que solo tienen acceso los iniciados. Los de fuera son considerados como seres lejanos, con los que solo se tienen relaciones externas y a distancia.


PALABRA Y EUCARISTÍA
1-  No es un culto externo lo que Dios busca en nosotros, ni ritos, ni ayunos farisaicos, ni imposiciones de ceniza. El sacrificio verdadero se fragua en el corazón por medio de la fe y la conversión. Unidos a Cristo por el camino de la Cruz, llegamos a la justificación. Él se hizo pecado por nosotros, para que, unidos a Él, seamos capaces de salir del influjo de la maldición que nos aboca a la muerte.
2-  Jesucristo es el prototipo de los que han sido capaces de perder la vida para ganarla. Este gesto supremo, en el que Cristo confiando en Dios se juega la vida, lo hacemos presente en la Eucaristía. Entramos en comunión con Él para seguir el camino de la Cruz; sendero que nos libra de la maldición y nos lleva directamente al reino de la vida.
3-  El rito que Dios espera del hombre es el amor y la justicia. Ni la ceniza, ni el ayuno, ni la limosna, ni la oración, ni la misma Eucaristía, si solo son actos externos, nos santifican. La liturgia que Dios busca es “abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento”. “Si la austeridad exterior que practicamos no va acompañada por la sinceridad de corazón” (oración), estamos cumpliendo todos los requisitos para que nos tengamos por fariseos.
4-  Hoy Jesús se sienta también a la mesa entre pecadores. Somos enfermos y necesitamos de él como de un médico. Pero tenemos que aceptar su diagnóstico: “Cuando destierres de ti la opresión, cuando partas tu pan con el hambriento, tu oscuridad se volverá mediodía”. Entonces “nos podremos presentar ante Dios como ofrenda agradable a sus ojos”.


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