sábado, 25 de abril de 2020

SER IGLESIA EN TIEMPOS DIFÌCILES


El Sagrario, con el pan consagrado en nuestras celebraciones eucarísticas, es el corazón de la comunidad cristiana; late ahí nuestra fe, la misma que nos convoca para reunirnos en torno a la mesa del Señor, escuchar su Palabra y compartir el pan que nos da vida. Es un rincón propicio para la oración y el recogimiento, para sentir el latido de la Iglesia, porque creemos que ahí está Cristo presente de una manera especial y ùnica

Pero ahora mismo, escuchando a la gente a mi alrededor, temo que esto se absolutice, como si no pudiéramos encontrar a Jesús en ninguna otra parte; como si Dios pudiera ser limitado a un solo lugar, como si no se pudiera orar, sino en ese lugar del templo. Nosotros también tenemos un corazón, y no necesitamos verlo para saber que late dentro, que impulsa la sangre y la vida en nuestros cuerpos; así, también al pasar por un templo católico, sabemos que hay un sagrario en el que late el corazón de una comunidad cristiana. Podemos orar, o hacer la señal de la cruz, sin verlo, porque el mismo Maestro dijo: “Dichosos los que crean sin ver”. 

En tiempos difíciles se pone a prueba la fe, y por ello también salen a flote muchas actitudes que se le parecen, pero no brotan del amor a Dios, sino del miedo y la falta de confianza en él. Parece fe, pero en realidad es superstición; es un intento de agarrarse a palabras, gestos, ritos, porque necesito ver, tocar, lo mismo que Tomas, el incrédulo. Se olvidan las promesas del Señor de la historia, y su invitación a no tener miedo. “Gente de poca fe, ¿por qué dudan?”. 

Ahora es el momento de mostrar que de verdad creemos, momento de estar disponibles y confiar, de ahondar en lo que significa la Iglesia, el bautismo, la comunión de fe y de vida de los cristianos. Otra cosa es andar extraviados, incapaces de ver al que sigue caminando a nuestro lado, intentando hacernos comprender que cada paso que damos en la vida nos acerca más al corazón de Cristo y a la salvación. 

Aquel que decimos que “se hizo carne” sale hoy a nuestro encuentro en esta crisis; en los desafìos que supone para nuestra vida y nuestra economìa, nuestra familia o nuestros hijos; en los enfermos y en los que buscan combatir y vencer la enfermedad; en los pobres y débiles que la pasan mal porque no tienen las mínimas condiciones de vida para enfrentarlo; en los perjudicados de siempre, haya o no una crisis sanitaria. Ahí está Cristo, tendido en medio del camino, y nosotros dando un rodeo para correr a buscarlo en nuestras mediaciones, litúrgicas o sagradas, cuya función es ayudar a que le veamos, no ocultarlo

Las palabras del ángel a los discípulos resuenan hoy también para nosotros, como un reclamo de la fe verdadera, la que es profunda, orante, fraterna y solidaria: ¿Qué hace ustedes ahora mirando al cielo?; ese que buscan está en la Galilea de la vida, en la prueba y la esperanza de la gente. Vayan allí, y le encontraran. Quiero decir, en resumen, que las mediaciones están bien si nos conducen al centro de la vida para ejercer allí nuestra condición de cristianos, fraternos y solidarios, luego de sentirnos Iglesia, aunque de momento no podamos reunirnos físicamente en un lugar, o recibir la comunión, o ver el Sagrario o el Santísimo expuesto. Es momento de crecer y madurar la fe, momento de mostrar que Cristo vive en medio de los suyos, y no se acobarda; momento de orar y encontrarle “en espíritu y verdad”. 

Al final, no se trata tanto de si podemos reunirnos o no en nuestros templos, o si sacamos el Santísimo o la Virgen a recorrer el barrio o la ciudad, o si “vale” seguir la Eucaristía por televisión o confesarse por teléfono. La pregunta es si realmente somos Iglesia; si la “comunión” que anhelamos recibir es la expresión de una comunión real entre nosotros y con Cristo; si somos gente de tradiciones o supersticiones, o gente de fe que se reconoce hijo, hermano del otro; discípulo convencido, capaz de reconocer que la verdadera y plena bendición hoy para la gente y el mundo es la presencia del Cuerpo de Cristo, nosotros, su Iglesia, anunciando una vez más el perdón, la esperanza y el amor de parte de Dios, en medio de esta crisis.

Fray Manuel de Jesùs, ocd


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