lunes, 27 de abril de 2020

PARA VIVIR LA RESURRECCIÓN: MARÍA MAGDALENA

Juan ubica en el centro del evangelio de Pascua la figura de María Magdalena, y desde entonces en la Comunidad de Jesús ha sido admirada, llamándole santa, y también "bienaventurada amiga de Dios". A pesar de que su biografía no es clara, pues se le relaciona a veces, y a veces no, con la mujer pecadora de san Lucas y con María de Betania, la hermana de Lázaro, o con la mujer de la que Jesús expulsó siete demonios, ella es símbolo del misterio de que mucho se le concede a quien mucho ama. Como hemos estado compartiendo algunas ideas de Anselm Grün respecto a la resurrección de Jesús no podía faltar el reflexionar en torno a esta figura femenina para seguir intentando vivir la Pascua, el paso del Señor por nuestra vida....

UNA MUJER DESGARRADA: En dos Evangelios se dice que Jesús expulsó siete demonios de María Magdalena. Acompañó a Jesús y tuvo indudablemente una cercanía especial con él. Si consideramos lo que implica estar poseída por siete demonios entonces reconoceremos que María Magdalena era una mujer completamente desgarrada. No tenía identidad, ningún eje central que orientara su vida. Hoy diríamos de ella que vivía al borde, cuya sanación era casi imposible. Y sin embargo, Jesús no tuvo miedo de María Magdalena, vio su desgarramiento y su falta de identidad, su temor... pero también vio su anhelo de amor. La liberó de los siete demonios que no le dejaban vivir y amar de verdad. Al encontrar a Jesús, Magdalena recuperó su dignidad como mujer, y supo cómo rehacer y centrar su vida, ahora sí, en el amor. Magdalena volvió a nacer al encontrarse con Jesús, y experimentó de una manera singular que el amor triunfa siempre sobre la muerte, porque todo lo que en ella estaba muerto despertaba a una nueva vida.


Fue ese amor el que llevó a María Magdalena a la tumba de Jesús muy temprano en la mañana, cuando todavía estaba oscuro. Los hombres, el sexo fuerte, huían o se escondían, mientras la mujer desafía el temor y sale a buscar a su Señor para ungirle con perfumes. En esta historia hay un modelo: la historia de un amor que busca más allá de la muerte, y por eso sale todavía a oscuras con el ansia de encontrar lo que ha perdido. Parece que no está ya lo que se ama, pero sigue vivo, está presente, en el anhelo, en la esperanza. Nos preguntamos: ¿Cuál es mi anhelo más profundo? ¿A dónde me lleva mi deseo de amar? Dios y el amor van siempre juntos, por eso hay que seguir el anhelo de amar hasta el final. Entonces encontraremos al Resucitado, lo mismo que María Magdalena.

San Juan nos cuenta en su evangelio cómo María Magdalena, inmediatamente después que quitaron la piedra del sepulcro, corrió hacia Simón Pedro y el discípulo que Jesús amaba. Y les dijo las palabras que aparecen narradas en otras dos ocasiones por Juan: “Se han llevado a mi Señor, y no sabemos dónde lo han puesto”. Allí no hay ninguna creencia en la Resurrección, sólo la desilusión por no haber encontrado el cuerpo de Jesús, que ella quería ungir. Magdalena quería manifestar su amor a Jesús velando junto a su cadáver, y era un modo también, según algún comentarista, de encontrar consuelo a su dolor. Y entonces comienza la carrera pascual: Simón y Juan, los discípulos más cercanos, corren al sepulcro; Juan va más rápido y llega primero, pero le cede a Pedro el ingreso, y este entra al sepulcro. Pedro ve las vendas en el suelo y el sudario plegado aparte, pero no hay cuerpo. Pedro ve, pero no comprende, no puede imaginar la razón de la tumba vacía, sino que simplemente confirma lo que dijo la Magdalena. No puede ver el sentido. Juan en su evangelio presenta a Pedro como una persona que se guía por la razón y la voluntad, y así nos dice que quien desea juzgar las cosas sólo a partir de la mente no puede comprender el misterio del Resucitado.

El otro discípulo, que la tradición equipara con Juan, entra al sepulcro después, y dice: “vio y creyó”. Este discípulo ve con el corazón, y el corazón que ama comprende y cree. No precisa el texto cuánto alcanzaba de comprensión el discípulo, pero deja claro que el camino para adentrarse en el misterio del Resucitado no es la razón, sino el corazón. Es necesario un corazón que ame y que se sepa amado. El discípulo favorito que aparece en este evangelio como figura, es tanto el que ama a Jesús como el que sabe amado por Él. Aquel que se sabe amado por Jesús hasta el fondo de su corazón puede creer en la resurrección, y confía en que el amor es más fuerte que la muerte, que el amor perdura, y es más valioso que todo lo demás.

Pero demos un paso más: ni a Pedro ni al discípulo amado se les ha dado el regalo del primer encuentro Ha sido María Magdalena la que ha encontrado en su búsqueda al Señor Resucitado. Sólo a la mujer que ama apasionadamente se le permite hablar con el Resucitado. La Magdalena no es sólo la pecadora, sino que ama mucho, y de hecho de ningún otro santo corren tantas leyendas en la historia de la Iglesia como de esta mujer misteriosa a la que el amor de Jesús transformó por completo. Ella amó mucho y fue amada de tal manera que experimentó la gran transformación del amor.

En el evangelio de Juan se expone con claridad cómo el duelo de María Magdalena se convierte en alegría. Mientras Pedro y Juan regresan a casa, María permanece junto al sepulcro. Desea quedarse cerca del lugar donde su amado Señor fue sepultado. Y estando María llorando junto al sepulcro, vio a dos ángeles de blanco, sentados en el sitio donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Ellos le preguntaron: ¿Por qué lloras?, y ella contestó: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". 

María es valiente, pues aun en medio del dolor entra al sepulcro, pero la misma tristeza no le deja ver más allá de lo acontecido, está cautiva de su tristeza. Ella habla de Jesús como si le perteneciera, quiere consolarse al menos ungiendo su cuerpo muerto; no escapa del dolor, lo abraza, lo convierte en camino, y es el mismo dolor quien le guía para reencontrar a su amado.
Entonces, una vez que ha conversado con los ángeles, María se vuelve, y ve a Jesús ante ella. El diálogo con los ángeles provoca en ella una transformación, abre una puerta, y ante esa puerta está Jesús. Sin embargo, ella aún no le reconoce; vuelve a establecerse un diálogo, casi el mismo de antes: ¿Por qué lloras? porque se han llevado a mi Señor. Dice el evangelio que ella cree que es el jardinero. María se aferra al muerto, y por eso no ve al viviente. María, que ha sido valiente, necesita desprenderse de lo viejo, del pasado, del dolor que la ciega, para reconocer a Jesús que está de pié ante ella. Entonces la voz de Jesús irrumpe, y rompe el muro, la barrera que la separa de la nueva realidad; él le dice: María, y ella le llama: Maestro. Vuelve a reconocerse la relación especial de María Magdalena con Jesús: Él era su Señor y es su Maestro. La voz de Jesús, que ella conoce tan bien, vuelve a despertarla, llevándola a entrar en la nueva realidad o "nueva visión". El dolor de María atrae a Jesús, y el amor de Jesús despierta a María de su letargo doloroso.

Una hermosa imagen para nuestra meditación y contemplación es este encuentro entre Jesús y la Magdalena. Una invitación provocativa para que experimentemos en la propia vida que el amor es más fuerte que la muerte. Llévale a Jesús tu dolor, acude confiado a tu Señor y Maestro, y su voz, que habla en tu interior, pronunciará tu nombre, y te despertará. Somos importantes para Jesús, ha grabado nuestro nombre en la palma de su mano, no olvidemos nunca cuánto somos amados.

(Texto preparado a partir de otro de Anselm Grün)

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