Al término de la Cuaresma, Jesús aparece ante nosotros como la expresión máxima de la VIDA. Es el mejor modo de cerrar y resumir este itinerario de cinco semanas que ha tenido como propósito proponernos una vez más la CONVERSIÓN, es decir, la necesidad de estar abiertos siempre al cambio, a la transformación interior, y no quedarnos en lo de siempre, acomodados, creyendo que ya está todo hecho.
Sin embargo, nuestra comprensión de algunas realidades y palabras religiosas peca siempre de mediocre, de pietista, y concluimos que es una mera invitación a ser buenos, a portarnos bien y “cumplir”, a rezar, mientras todo lo demás de nuestra vida sigue igual. En más de 2000 años de cristianismo todavía nos cuesta reconocer la VIDA, en grande, con mayúsculas, que Jesús nos propone.
El mensaje de la Iglesia ha tenido a menudo un carácter fúnebre, insistiendo en demasía sobre el dolor, el sufrir, el morir, y luego acompañado por ideas afines: castigo y premio, infierno o purgatorio, las penas y los demonios. Sólo al final de esa larga cadena de propuestas aparece la vida, y con la coletilla siempre de “eterna”; es decir, después, un día en el futuro, no ahora.
Pero el mensaje de Jesús, su “Evangelio”, su buena nueva, comienza por decirnos que tenemos un Dios que es PADRE, y que nos ha llamado a la VIDA. Humanidad y santidad no son vocaciones opuestas, al contrario; la santidad es una llamada a VIVIR EN PLENITUD. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. El pecado tiene que ver con la muerte, con la perdida de orientación y sentido, con la renuncia a nuestra vocación primordial. Convertirse es regresar al camino de la VIDA, de la vida grande, la vida plena, y ahora sí, la VIDA ETERNA. Eterna no tanto por su duración, sino por su calidad, la vida verdadera.
El encuentro con Jesús tiene necesariamente que llevar este significado: encuentro con la VIDA. No debe ser el cristiano un ser humano que se conforma con vivir al “mínimo”, que niega el disfrute y la belleza de la creación, que siempre le está poniendo “pegas” a la vida. Claro que existir lleva implícito también el sufrir, que hay dolor, que se paga un precio por vivir; pero eso no significa rebajar la vida, significa un mayor aprecio por ella, un valorarla con realismo, y un amarla como don precioso de Dios para sus hijos. Defender la vida ha de ser mucho más que rechazar el aborto y la eutanasia (que refieren al principio y al fin de la existencia humana); ha de ser también trabajar incansablemente por la felicidad y la justicia, por la satisfacción de una vida en la que podamos alcanzar nuestras mejores aspiraciones, una vida en la que podamos ser libres y responsables, una vida que es VIDA (en grande) porque está hecha de AMOR.
El itinerario cuaresmal es por tanto un reconsiderar nuestra existencia a la luz de la VIDA que nos ganó CRISTO. “Yo te digo que si tú crees verás la gloria de Dios”. Habrá que preguntarse, no tanto ¿Cómo vivo, sino, Vivo? ¿Estoy VIVIENDO con la PLENITUD para la cual me llamó CRISTO? ¿Veo para creer o creo para ver la gloria de Dios en medio de (mi) la vida?
Digamos que la Semana Santa es como un arquetipo de nuestra propia autorrealización humana; Ese camino a la plenitud, a la felicidad, a la santidad, o a la VIDA se desarrolla en varias etapas, comenzando por la alternancia de triunfo o fracaso que vislumbramos en el Domingo de Ramos. Pero luego el Triduo lo hace más patente:
1- Aceptación, la presencia del amor en nuestra vida, la capacidad de servir (Jueves santo)
2- Abandono, la presencia del mal en nuestra vida, la traición, el rechazo, la muerte (Viernes santo)
3- Unificación o reconciliación con nuestro verdadero ser y vínculo con el Dios de la Vida (Sábado Santo)
4- Renovación, renacimiento, volver a empezar, reconocer la bendición (Pascua)
Quiera Dios que la celebración gozosa de estos misterios vivificantes de nuestra fe nos DESPIERTEN de este sueño de mediocridad, de conformismo, de miedo, de falta de esperanzas, de pecado y pasividad, de sensualismo y de idolatría, para hacernos VERDADEROS Y ALEGRES TESTIGOS DE LA VIDA, Testigos de Cristo, vivo y resucitado, en cada uno de nosotros. El EVANGELIO es un potente estímulo para DEFENDER LA VIDA frente a los poderes de muerte que tienen su fundamento en el pecado de la humanidad (egoísmo, violencia, mentira, afán de poder y de riquezas); como dijo Juan Pablo II a lo largo de todo su ministerio apostólico: “No tengan miedo de acoger a Cristo en sus vidas”, y luego Benedicto XVI añadiría: “Cristo no quita nada y lo da todo”, porque Cristo es VIDA, y vida en abundancia.
No creamos que cambiando a Cristo y la verdad de su evangelio por satisfacciones pasajeras y temporales viviremos más o seremos más felices; ténganlo presente especialmente los más jóvenes, lo saben bien los de más edad. La vida y la felicidad son otra cosa. Dios lo sabe, por eso y porque nos ama no se cansa de llamar. “Yo soy el camino, y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Como a Lázaro, hoy Jesús nos llama también a nosotros a salir de los sepulcros; nos dice, a cada uno: “Levántate y anda”. Vive, busca la Verdad, sirve a tus hermanos. Vivir es casi un mandamiento para nosotros; lo reconoció hace cientos de años San Ireneo, con una frase que es antológica en teología: “La gloria de Dios es el hombre vivo”.
Gracias, Señor, por esta Cuaresma tan especial que hemos vivido en Iglesia; danos, Señor, vestirnos de fiesta en esta Pascua, para contigo CELEBRAR LA VIDA.
Amén.
Fray Manuel de Jesús, ocd
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