Una persona con corazón es una persona profunda y a la vez cercana; entrañable y comprensiva, capaz de sentir emociones a la vez que de ir al fondo de las cosas y los acontecimientos.
El corazón ha simbolizado para la gran mayoría de las culturas el centro de la persona, donde vuelve a la unidad y se fusiona la multiple complejidad de sus facultades, dimensiones, niveles, estratos: lo espiritual y lo material, lo afectivo y lo racional, lo instintivo y lo intelectual. Una persona con corazón es no la dominada por el sentimentalismo, sino la que ha alcanzado una unidad y una coherencia, un equilibrio de madurez que le permite ser objetivo y cordial, lúcido y apasionado, instintivo y racional; la que nunca es fría, sino siempre cordial, nunca ciega, sino siempre realista.
Tener corazón equivale para el hombre antiguo a ser una personalidad integrada. En fin, el corazón es el símbolo de la profundidad y de la hondura. Solo quien ha llegado a una armonía consciente con el fondo de su ser consigue alcanzar la unidad y la madurez personales.
Jesús, el hombre para los demás, tiene corazón porque toda su vida es como un fruto logrado y maduro, un fruto suculento de sabiduría y santidad. Su corazón no es de piedra, sino de carne. Su
vida es un signo del buen amar, del saber amar.
Pero sobre todo, Jesús en su corazón es la profundidad misma del hombre. En él está la fuente del Espíritu que brota como agua fecunda hastra la vida eterna.
(Misal de la Comunidad)
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