jueves, 20 de junio de 2019

EL CUERPO DE CRISTO: PRESENCIA Y MEMORIA

Nuestra vida humana está poblada de presencias, unas visibles y otras invisibles; unas cercanas y otras lejanas... A veces la presencia toma la forma de ausencia, a veces de recuerdo.

 Una manera singular de presencia, la más misteriosa y honda, es la que tiene lugar en el fondo último de nuestro ser en aquello que funda, es decir, en nuestra misma vida personal. Ese fondo, que es Dios, está presente en nosotros de un modo substancial y a la vez consciente, a traves de un sentimiento inefable que nos inspira; un sentimiento de confianza, de fe, de cobijo y acogida entrañable. 

 Pero la presencia de Dios en nuestra vida histórica ha tomado cuerpo palpable y tangible en Jesús; se ha encarnado en el ámbito espacio temporal de una persona concreta, nacida en un tiempo y un lugar determinados.

 Sustraído a nuestra experiencia sensible tras la ascensión, la presencia de Jesús cambia de signo pero no de realidad

 Ahora nos encontramos con Él a través de una presencia en forma de memoria.  Es su memoria la que nos acerca y nos lo hace presente; especialmente su memoria litúrgica y sacramental. Efectivamente, en la reunión eucarística, los cristianos hacemos, ante todo, memoria de Jesús, de su vida, de su muerte y de su resurrección, y así lo hacemos presente y presencia. 

 Pero de modo análogo a lo sucedido en su vida terrena, su presencia ahora no es desencarnada; toma encarnadura en el ámbito espacio temporal. Ese ámbito se lo ofrecen los símbolos del pan y del vino que se nos entregan a nosotros como comida y comunión lo mismo que Jesús se nos entregó en persona, brindándonos su cuerpo y su sangre. 

(Tomado del MISAL DE LA COMUNIDAD)

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