miércoles, 24 de julio de 2019

DOS MUJERES EN EL EVANGELIO DE SAN LUCAS

Propongo en esta entrada reflexionar a partir de dos pasajes del Evangelio, acerca del camino de liberación que recorremos: un primer paso habla de encontrar a Dios como centro, y luego de superar ciertas estructuras y prejuicios religiosos que no dejan alcanzar la libertad que tenemos en Cristo.

En el Evangelio de Lucas (15,8) leemos la Parábola de la moneda perdida: Jesús usa con frecuencia estos relatos e imágenes para hablar a la gente; son historias de la vida cotidiana, sencillas pero profundas al mismo tiempo. No han de leerse literalmente, sino escucharlas con atención, rumiarlas, dejando que hablen por sí mismas. 

Así resulta con este pequeño relato que protagoniza una mujer anónima, a la que se le ha perdido una moneda, de las diez que tenía; la mujer enciende las luces y se pone a barrer, a registrar los rincones en busca de su moneda. Claro, que lo importante del relato no es eso: tenemos que detenernos a “contemplar” a esta mujer, y sus actitudes. 

Lo primero que hace la mujer es encender la lámpara: es decir acude a la ayuda divina. En la Biblia Dios es luz, es quien ilumina la vida de sus hijas e hijos, por eso la mujer sabe que para encontrar lo que ha perdido necesita la luz de Dios, la guía de Dios. Ese es el primer y más importante requisito. 

En segundo lugar, dice que comenzó a barrer la casa. Es decir, que se dejó mover por el Espíritu Santo, que es quien limpia y pone orden en la vida del cristiano: reconciliar, sanar, renovar. Y ya luego busca con diligencia, revisa en esos rincones de nuestra vida e historia personal o de comunidad para encontrar algo que parece sencillo (es una sola moneda, de diez, pero es valioso, importante). Esto remite a la práctica cotidiana de la vida cristiana. 

Resumamos el esquema: Buscar a Dios, reconocer nuestros pecados (lo que nos separa de Él, para reconciliar y sanar) y luego vivir el combate espiritual de cada jornada. En esto consiste la práctica cristiana, y es una figura femenina la que nos sirve de modelo. 

Pero, en toda parábola se esconde un tesoro, un secreto, que es el centro de su mensaje. ¿Cuál es aquí? La importancia del Reino de Dios,(o que Dios reine, que esté en el centro de nuestro ser y existencia) que es tan importante que, aunque parece algo más entre otras posesiones, en realidad si lo perdemos, necesitamos dejar lo demás a un lado para poder recuperarlo(cambiar de vida, empezar de nuevo, volver a nacer). Ese tesoro, una vez que se descubre y recupera, no se puede guardar egoístamente, sino que uno necesita compartir la alegría de haberlo encontrado (celebración, fiesta

Este relato, breve, protagonizado por una mujer, esboza cuál es el camino de la vida eterna y el modo de recuperarlo en caso de haberlo perdido. Pero en muchas ocasiones este paso esencial no conduce a una verdadera liberación, por causa de ciertas estructuras religiosas mal fundadas; a eso apunta el segundo relato.


También en el Evangelio de Lucas aparece la Historia de la mujer encorvada (13, 10-17). Jesús está en la sinagoga un sábado, dice que era su costumbre, enseñando a la gente, cuando algo llamó su atención: una mujer con un espíritu malo, que carga un peso terrible, que la tiene encorvada. No dice Lucas cuál era propiamente su dolencia, pero le había provocado encorvamiento y no podía ponerse derecha. Llevaba así 18 años, son muchos, prácticamente toda su vida. 

Las mujeres asistían a la sinagoga, pero debían quedarse fuera, y no podían leer ni estudiar la Torá; la enferma, posiblemente, buscaba ser sanada, pero eso no había sucedido, y es Jesús quien se fija en ella, la llama y le trasmite un mensaje personal: Mujer, quedas libre de tu enfermedad (desatar, liberar, enderezar). Apunta no simplemente a una curación física, sino a una verdadera liberación, y Jesús pone sus manos sobre ella y consuma la obra de Dios. 

Ahora, sanada, la mujer pasa de estar en los márgenes a estar en el centro de la escena, y todos los presentes se fijan en ella, y ella empieza a alabar a Dios (encuentra su lugar en el proyecto de Dios, de la comunidad y de la Vida). 

Pero entonces el relato da un giro, y aparece otro personaje: el jefe de la sinagoga; que seguramente conocía a aquella mujer de muchos años, pero que su forma religiosa no había conseguido enderezar, incorporar. Está preocupado porque se ha violado la Ley, no muestra alegría por la curación de la mujer, no alaba a Dios por esa obra. Su reproche no se dirige a Jesús directamente, sino a la gente: no deberían ir en sábado a ser sanados, tienen los otros días. 

Fijémonos en la relación entre ley y observancia de una parte, y necesidades y sufrimientos de la gente de otra; velar por la estructura y el cumplimiento, aunque ello no repercuta en sanidad concreta, o estar abiertos a las necesidades y dolores de la gente, y acudir a sus reclamos cuando sea necesario. Dos miradas opuestas: la de Jesús y la del jefe de la sinagoga. Jesús utiliza imágenes contrapuestas para resaltar lo hipócrita de la actitud del jefe de la sinagoga: en sábado se puede atar o desatar un buen o un burro para que beban, pero no se puede “desatar” a una mujer que es presa de satanás. 

Jesús llama a la mujer “hija de Abraham”, y reafirma que la mujer vale más que un animal, que no es un objeto, sino igual en dignidad al hombre. La acción de Jesús implica siempre una liberación integral de la persona que reconoce su plena dignidad y le hace partícipe de la comunidad. Jesús desata a la mujer de la obra de Satanás, pero también de los prejuicios que la limitan, del estigma social por su enfermedad, poniéndola derecha física y socialmente. La mujer queda en medio de la asamblea erguida, como persona sanada y en pleno derecho; es ahí donde Jesús ve el pleno cumplimiento del precepto del sábado.

(Ideas desarrolladas a partir de ISHA. La mujer en la Biblia, SBU)

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