Comparto lo que escribe Xabier Pikaza en su Diccionario de las tres religiones, sobre el lugar de la mujer en la propuesta de Jesús, que me parece complementa lo que publiqué en una entrada anterior con este mismo nombre
"El movimiento de liberación mesiánica de Jesús, que ha de entenderse en el contexto de otros movimientos sociales del judaísmo de su tiempo, ha superado la función de la mujer-madre, sometida al dominio del marido. De esa forma la vemos, según el mensaje de Jesús, en una familia de hermanos, hermanas y madre, donde no hay lugar para los padres patriarcales (Mc 3,31-35). Ésta es la inversión del evangelio: el orden viejo ponía al padre sobre el hijo, al varón sobre la mujer, al rico sobre el pobre, al sano sobre el enfermo, etc. En contra de eso, Jesús ha destacado el valor de los enfermos y expulsados, niños y pobres, es decir, el valor de los seres humanos como tales. En ese contexto, las mujeres dejan de estar sometidas a los maridos y aparecen en sí, como personas, capaces de palabra, servidoras de evangelio.
a) Las mujeres escuchan y siguen a Jesús. Muchos rabinos las tomaban como incapaces de acoger y comprender la Ley, y el dato resulta comprensible, pues no tenían tiempo ni ocasión para estudiarla. Pero Jesús no ha creado una escuela elitista, sino un movimiento de humanidad mesiánica, dirigido por igual a mujeres y varones. Por eso, ellas le escuchan y siguen sin estar discriminadas (cf. Mc 15,40-41; Lc 8,13).
b) Las mujeres ejercen la diaconía o servicio. Varones y mujeres (cf. publicanos y prostitutas: Mt 21,31) podían
hallarse igualmente necesitados: obligados a vender su honestidad económica (varones) o su cuerpo (mujeres) al servicio de una sociedad que les oprime, utiliza y desprecia. Pero Jesús les vincula en un mismo camino de gracia (perdón) y servicio mesiánico, donde ellas sobresalen (cf. Mc 15,41). Jesús no es reformador social, sino profeta escatológico: no quiere remendar el viejo manto israelita, ni echar su vino en odres gastados, sino ofrecer un mensaje universal de nuevo nacimiento (cf. Mc 2,18-22). No distingue a varones de mujeres, sino que acoge por igual a todos, ofreciéndoles la misma Palabra personal de Reino, en un camino en el que nadie domina sobre nadie, sino que todos son «como los ángeles del cielo», es decir, seres en fraternidad (cf. Mc 12,18-27).
Jesús ha superado la lógica de dominio, abriendo un camino de reino donde cada uno (varón o mujer) vale por sí mismo y puede vincularse libremente con los otros. (a) En ámbito de reino, Jesús no ha distinguido funciones de hombre y mujeres por género o sexo. Los moralistas de aquel tiempo (como los códigos domésticos de Col 3,18–4,1; Ef 5,22–6,9; 1 Pe 3,1-7; etc.) separaban mandatos de varones y mujeres; pero el evangelio no lo hace (no contiene un tratado Nashim, como la Misná), ni canta en bellos textos el valor de las esposas-madres, pues su anuncio vale por igual para varones y mujeres. (b) El Sermón de la Montaña (Mt 5–7) no habla de varones y mujeres, pues se dirige a los humanos en cuanto tales. El mensaje del Reino (gratuidad y perdón, amor y no juicio, bienaventuranza y entrega mutua) suscita una humanidad (nueva creación) donde no se oponen varones y mujeres por funciones sociales o sacrales, sino que se vinculan como personas ante Dios y para el Reino.
2. Las mujeres en el cristianismo: Jesús no ha destacado la fecundidad biológica de la mujer para el Reino (no ha exaltado sus valores como vientre y pechos: cf. Lc 11,27), ni ha cantado su virginidad de un modo sacral o idealista; tampoco se ha ocupado de regular sus ciclos de pureza o de impureza, ni la ha encerrado en casa, ni la ha puesto al servicio del hogar, sino que la ha valorado como persona, capaz de escuchar la palabra y servir en amor a los demás, igual que los varones. Sólo de esa forma ella aparece como fecunda para el Reino, con y como los varones. Por eso, a partir del evangelio no se puede hablar de ninguna distinción de fe o mensaje (de seguimiento o vida comunitaria) entre varón y mujer. Ambos emergen como iguales desde Dios y para el Reino. Todo intento de crear dos moralidades o dos tipos de acción comunitaria (palabra de varón, servicio de mujeres), reservando para el varón funciones especiales de tipo sacral, cuyo acceso está vedado a las mujeres, resulta contrario al evangelio, es precristiano. Ni uno es autoridad como varón, ni otra como mujer, sino que ambos se vinculan en palabra y servicio, gracia y entrega de la vida, como indicará el tema que sigue. Ésta es la revelación de la no diferencia, que el evangelio presenta de forma callada, sin proclamas exteriores o retóricas.
Jesús no ha formulado aquí ninguna ley: no ha criticado a otros sabios, ni ha discutido con maestros sobre el tema, sino que hace algo más simple e importante: ha empezado a predicar y comportarse como si no hubiera diferencia entre varones y mujeres. Todo lo que propone y hace lo pueden comprender y asumir unos y otras. Ha prescindido de genealogías patriarcales, más aún, ha rechazado al padre en cuanto poderoso, pues en su comunidad sólo hay lugar para hermanos, hermanas y madres (con hijos), como han indicado de forma convergente Mc 3,31-35 y 10,28-30. Siguiendo en esa línea, el Jesús de Mateo se ha elevado contra las funciones de rabinospadres-dirigentes (cf. Mt 23,8-10), no dejando que resurjan dentro de la Iglesia. Por eso, todo intento de re-fundar el evangelio sobre el «poder» o distinción de los varones resulta regresivo y lo convierte en elemento de un sistema jerárquico opuesto a la contemplación cristiana del amor y a la comunión personal que brota de ella.
En esta perspectiva descubrimos eso que pudiera llamarse la soberanía del evangelio. Ciertamente, Jesús no es un reformador social que acepta en parte lo que existe para cambiarlo después o mejorarlo. Los reformadores pactan siempre porque quieren conservar algo «bueno» (fuerte) que ya existe; por eso acaban siendo detallistas, legalistas, distinguiendo lo que se
debe aceptar y lo que debe rechazarse. Jesús, en cambio, actúa como profeta escatológico: no se ha puesto a reformar el mundo para mejorarlo; no se ocupa de cambiar detalles; anuncia algo más hondo y radical: el fin del mundo viejo. Esto nos sitúa en el centro del evangelio. Para decirlo en terminología de Mc 2,18-22: Jesús no viene a remendar con paño nuevo el paño gastado de la humanidad violenta: por eso no le vale el odre viejo de la ley para poner allí su vino nuevo. Como enviado escatológico de Dios anuncia el fin del mundo viejo, ofreciendo ya los signos y principios de su reino, en actitud de nueva creación (cf. Mc 2,18-22)".
Xabier Pikaza
Diccionario de las tres religiones
Estella, 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.